Tras la finalización de la COP27, he repasado las informaciones publicadas en distintos medios de comunicación, y en una buena parte de ellos, aparecen declaraciones en las que se dice que se ha llegado a un acuerdo histórico al crear un fondo para los estragos climáticos, es decir las pérdidas y daños que está ocasionando el calentamiento, como distintos fenómenos meteorológicos o la desaparición de islas por el aumento del nivel del mar.

Sin desdeñar el acuerdo conseguido, me parece que no es para tanto. La problemática sobre perdidas y daños que sobre todo afectan a los países más pobres es una cuestión que se ha aplazado a lo largo de varias cumbres, a pesar de que se ha reclamado insistentemente por parte de los países más vulnerables al cambio climático y también por parte de la Unión Europea. Se reclamaba insistentemente justicia climática, es decir, que los países más pobres que son los más sufren y van a sufrir con más dureza el cambio climático, y que son los que menos recursos tienen para adaptarse y proteger a sus poblaciones, cuenten con unos mecanismos de compensación que deben ser costeados por los países más ricos, y máximos responsables de la crisis climática. 

Pero si bien, se menciona en la resolución final la creación de ese fondo después de que la UE llegara a amenazar con marcharse de la cumbre del clima, su redacción es tan abierta, que no se sabe quiénes y cómo se pagarán los daños a los países más vulnerables ni cuándo se creará ese fondo. 

Por tanto, la creación de ese fondo que aparece en la declaración final de la COP21, está muy “verde”, pero en el peor sentido de la palabra, pero, además, la cumbre del clima en Egipto poco más ha acordado después de dos semanas de duración. 

Si bien es cierto que el objetivo hasta ahora establecido de no superar los 1,5 grados para finales del siglo XXI se ha mantenido –era uno de los grandes temores de la UE– no se ha dado ningún paso para avanzar en la necesidad de que se aceleren las reducciones de emisiones tal y como ha planteado reiteradamente la UE, ni en abogar por reducir el uso del carbón para generar energía y también por eliminar paulatinamente las ayudas públicas a los combustibles fósiles, como ya se hizo en la declaración de la anterior cumbre celebrada en Glasgow. Y es que la crisis climática avanza a ritmos vertiginosos, y el escenario actual es muy desalentador. Una buena muestra es lo que dice Naciones Unidas de que la temperatura de la tierra ya es de 1,1 grados más caliente que a finales del siglo XIX, mientras que la Organización Meteorológica Mundial afirma que hay un 48% de probabilidad de que en los cinco próximos años se llegue a un calentamiento de 1,5 grados.

Cuando se celebró la primera cumbre del clima, en Berlín, en 1995, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de 360 partes por millón y la temperatura era 0,7 ºC más alta que en la época preindustrial (1850-1900). Este año, la concentración de CO2 atmosférico ronda las 418 ppm y el planeta se ha calentado casi 1,3 ºC. Analizando en frío ambos datos –los cuales nos permiten constatar la evolución del cambio climático–, se puede llegar a la conclusión de que las cumbres climáticas han servido de poco, y llevamos diecisiete.

A mí me da la impresión, de que si bien las Cumbres del Clima (COP) nacieron como un foro de negociación y acordar políticas y acciones en la lucha contra el cambio climático, estas se han convertido en una mezcla de ferias comerciales y turísticas, con una presencia cada vez mayor de empresas que contribuyen a la crisis climática, muchas de las cuales son responsables de que este evento se celebre. Así, tenemos que el máximo patrocinador de la COP27 ha sido la empresa de bebidas Coca-Cola que lleva cuatro años consecutivos siendo la que más basura de plástico genera en el planeta, según acredita un informe de la plataforma internacional Break Free From Plastic publicado en octubre de 2021.

Según las informaciones que transmite ONU Cambio Climático, sabemos que para la recién acabada cumbre se han acreditado más de 600 grupos lobistas de todo el mundo ligados a los combustibles fósiles, batiendo el récord hasta el momento. Con semejante presencia, poco podemos esperar de estas cumbres.

Ante la deriva que están teniendo las últimas cumbres del clima, sobre todo a partir de la celebrada en París en 2015, que supuso un hito histórico en la lucha contra el cambio climático, cabe preguntarse para qué sirven este tipo de evento, o también si se pueden reconducir y que cambios habría que hacer. Es importante dejar claro que un foro internacional como este, que reúne cada año a casi 200 países para hablar sobre cómo mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático, debería de replantearse con urgencia sus funciones antes de que se conviertan en algo que haya perdido toda utilidad y credibilidad.

¿Qué tendría que pasar a estas cumbres del clima para que supusieran un cambio de tendencia? No sé si es “pedir peras al olmo”, pero serían necesarias unas cuantas cosas, como una ambiciosa y clara hoja de ruta de descarbonización, la crisis energética actual debería servir de catalizador apara apostar las energías renovables y dejar la dependencia de los combustibles fósiles; una declaración vinculante de no proliferación de combustibles fósiles; escuchar a la ciencia y que las decisiones que se tomen se apoyen en ella; aumentar el esfuerzo y el compromiso de aquellos países que más contribuyen al calentamiento del planeta; justicia climática de la que hablaba más arriba; mayor financiación con mecanismos que faciliten a los países la implementación de medidas de mitigación y adaptación, ya que si no se actúa, el coste será mucho mayor...

En definitiva, unas cumbres climáticas que se centren exclusivamente en reducir el aumento de la temperatura, con objetivos concretos y plazos obligatorios; en la mitigación de las emisiones y en la adaptación a los impactos que cada vez van más en aumento; y en ayudar a los países más pobres y vulnerables. 

Finalmente, otra cuestión a la que quiero referirme, son algunos comentarios que he oído estos días, de que lo fundamental “es educar a los niños y niñas, a los y las jóvenes, en materia de sostenibilidad”, cuestión, que, por cierto, ya se ha empezado en distintos ámbitos como en la enseñanza. Ahora bien, considero que no es suficiente puesto que el principal problema somos los adultos. El estilo de vida hasta ahora se ha basado en el consumismo exacerbado propiciado por la sobreproducción con petróleo y otro tipo de actividades industriales que emiten a la atmósfera cifras significativas.

* Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente