Cuenta atrás. Paso libre a los Presupuestos. El auténtico caballo de batalla. Una validación de las Cuentas más expansivas y generosas de la historia catapultaría a Pedro Sánchez en las narices de las elecciones municipales muy por encima de los estragos de la inflación. Una prórroga, tan impensable ahora mismo aunque no lo parezca, desataría la caja de los truenos, envalentonando a Feijóo más allá de las encuestas. Por lo tanto, asistimos al momento vital de enseñar los dientes, de apretar la soga al cuello del Gobierno de coalición para que se avenga al acuerdo de la mayoría que le sostiene, para que, fundamentalmente, no vuelva a correr esas aventuras arriesgadas a las que acostumbra con perversa reiteración. Un partido, más allá del clásico de mañana en el Bernabéu, que se juega en el Congreso, pero que tiene más de un ojo puesto en Catalunya. Hasta tal punto, que quizá sea ahí, en el Parlament, donde todos los males encuentren remedio.

La coalición de izquierdas desborda optimismo. Sobre todo, dentro del bando socialista, sencillamente porque arriesga mucho más en el empeño. La ministra Montero, más allá de su insulsa boutade del edredón para capear el invierno, no se imagina una bofetada a sus Presupuestos. Cree que tamaña generosidad en el escudo social –supone seis de cada diez euros de gasto– no tiene parangón ni rechazo posibles. Por eso se imagina vítores y rendez vous camino de la aclamación. Otra vez el enésimo capítulo de la febril tentación maximalista, ya convertida en manual sanchista, de que lo coges o mira qué te espera enfrente. La sutil advertencia de que no te puedes hacer cómplice de esa derecha cavernícola. En el fondo, se antoja harto complicado devolver semejantes Presupuestos expansivos. Ahora bien, tan difícil como claudicar por enésima vez ante la insultante reticencia a una negociación comprometida con su cumplimiento. Ahí se sitúa el pulso.

A decir verdad, Sánchez no se cree las bravatas de Rufián. Da por hecho que los 13 votos de ERC no le jugarán una mala pasada, al menos a un año vista. Le basta con echar un vistazo a la angustiosa soledad de Pere Aragonès para dejar de preocuparse. Como si estuvieran condenados a entenderse sin desearlo por la mutua desconfianza que mantienen. Oriol Junqueras, desde luego, repudia todo entendimiento con ese PSC asociado al 155 y justo ahora que Junts oposita desde la supremacía independentista y con las elecciones locales a la vuelta de la esquina. El riesgo de una prórroga presupuestaria sobrevuela a ras de lógica, pero el pragmatismo que parece haberse instalado en la Generalitat y la pérdida millonaria que supondría semejante traspié puede voltear los antagonismos. Los socialistas tienen abiertas las manos para que les caiga la fruta madura aquí y allí.

El calendario corre muy despacio para el PP. La oposición desgasta en el día a día aunque cada mañana te sonrían las encuestas futuribles. Cuando Sánchez vuelve a sacar la inagotable chequera –dispone todavía de otros 15.000 millones para socorrer emergencias de un invierno cruel–, apenas a la otra bancada le queda el recurso de enseñar los dientes por el gasto disparado que avanza desbocado al ritmo de la crisis galopante. Es el triste recurso del pataleo. No les queda otra alternativa creíble. Su reiterada apuesta por la bajada de impuestos en medio de la polémica intencionada sobre ricos y pobres y bajo la exigencia ciudadana de mantener las cuotas del estado del bienestar puede acabar desinflándose con el paso del tiempo. Con todo, siempre les quedará el consuelo ramplón de la pitada anual al presidente socialista en el desfile de la Hispanidad, camino de convertirse en tradición. El eco de las gargantas de esos votantes de la raza española abducidos por las arengas primitivas de Ayuso y Abascal que enseñan los dientes sin desmayo en favor de la unidad de la patria.

Tampoco es menor el rearme moral que para el desbordante granero electoral del PP supone la última decisión judicial de exonerar definitivamente a Esperanza Aguirre de la supuesta financiación ilegal del partido durante su reinado que arrancó a la sombra jamás desvelada del tamayazo. Otra muesca más para entender sin demasiado esfuerzo la razón intrínseca de la apasionada y tediosa afrenta que los dos principales partidos, tan asociados a mediáticos casos de corrupción y desmanes institucionales, sostienen interesadamente y a cara de perro sobre el futuro del Poder Judicial, sin importarles el descrédito y la desafección ciudadana que provocan.