Una de las muchas mentiras que nos tragamos porque en el fondo somos muy mansos es eso de la meritocracia. Les confieso que durante mucho tiempo pensé que el término era irónico, que cuando se reivindicaba la meritocracia en el fondo se sabía que lo que iba a ser es que a quien más tenía se le daría. No méritos, sino poder o relaciones o amistades y esas cosas. Pero en los últimos tiempos se ha vuelto a repetir muchísimo un mantra que pretende que el éxito viene de la valía y el talento y que por eso ascienden quienes se lo merecen y lo han trabajado. Hace algo más de 10 años, en plena crisis, unos investigadores italianos hicieron un estudio sobre cómo se seleccionaba el personal de las organizaciones, algo fundamental sin duda para el futuro de las seleccionadas, pero también para el devenir de la empresa. Y encontraron que si hubieran sorteado al azar los seleccionados, el resultado habría sido más eficiente que con los procesos de selección. Ganaron un premio IgNobel (que son unos Nobeles como en broma, pero con fondo de pensar sobre las cosas). Algo parecido ensayaron en Australia a la hora de seleccionar concursos públicos: aunque parezcas más preparada, igual no acaba tan bien la cosa porque hay muchos otros factores en juego. Este año, los mismos investigadores han analizado algo que podría explicar por qué la meritocracia es simplemente cosa del azar. “Talento frente a suerte: el papel del azar en el éxito y el fracaso” es el artículo que publicaron, y que ha merecido un nuevo IgNobel. Lejos de contar el talento, la preparación, todo lo que la meritocracia afirma ser relevante, no vale solamente eso: es el azar el que hace que individuos menos sobresalientes tengan más éxito. Así que ojito con destacar, que parece ser mejor ser un poco memos y jugar tus cartas. Ay.