¿Quién se acuerda? Nadie y si alguien lo hace, se calla y se encoge de hombros y en todo caso lo apunta en la lista del «una más». Refresquemos la memoria. Hace unas semanas se destapó que una compañía del Ejército había asistido, rodilla en tierra, a la bendición de su banderín en las escaleras del Cuelgamuros por orden de su capitán. Mojiganga a la que es probable asistiera algún otro oficial y suboficial, acaso por obediencia debida. El capitán fue suspendido y se le abrió un expediente que se iba a resolver en 48 horas 48. Han pasado 25 días y no se sabe nada. La ministra de Defensa haría buen papel en una dictadura militar, le sobran méritos probados ¿Secreto de estado una indecencia sobre la que caen de inmediato atenuantes corporativas de difícil comprobación? Da asco. Tal vez no haya mirado bien los noticieros y al capitán lo hayan mandado a castillo o lo hayan expulsado del Ejército, o por el contrario lo hayan condecorado y dado una tumultuosa cena de homenaje sus correligionarios o trasladado a puestos en el extranjero, como ha pasado en alguna ocasión con policías implicados en casos de torturas. En este país, gobierne quien gobierne, la apertura de expedientes disciplinarios u otros es sinónimo de impunidad, como si fuera una cuestión de crucigrama.

48 horas

No sé lo que ha pasado con el devoto capitán mitómano y franquista, si sigue o no en su regimiento, pero quien dirige este esperpento ha conseguido su objetivo: que me importe por agotamiento un carajo el resultado. Las 48 horas de rompe y rasga se han esfumado y han seguido sucediendo espantos y vergüenzas como echados al noticiero con repetidora. Ahora mismo el horror de los migrantes que han saltado la valla de Melilla, los muertos, los heridos, la brutalidad policial tan proporcional siempre, pues así lo dice Marlaska, ese juez-ministro que hace ya mucho ganó un campeonato de jetas de cemento, y si lo dice el ministro será verdad, que para eso es ministro, ¿o no? Es no, pero da igual, sería muy raro que no fuera aplaudido por quien puede patearle la función y piensa que con esa gente que nos quiere conquistar, mano dura, mano dura.

Pasen o dejen de pasar las preceptivas 48 horas de la burla sistemática, está claro que quien gobierna se ríe de la ciudadanía a la que en realidad no tiene respeto alguno, nunca, y miedo a sus reacciones mucho menos. Y si los gobernantes se ríen en asuntos de mojigangas grotescas como la del Valle de los Caídos, qué no será con asuntos más serios. Descorazona. Invita a tirar la toalla. Tal vez sea eso lo que espera la superioridad, que por agotamiento nos demos por derrotados, aceptemos de manera mansa lo que se nos diga y no repliquemos, aplaudamos incluso por si cae algo en el arrebuche. Esa es la última conquista: el punto en boca, acompañado del encogimiento de hombros del derrotado sin pelea posible. Las interpelaciones parlamentarias no sirven para nada, pero siguen siendo necesarias, urgentes, por mucho que se vean como picas en Flandes o tormentas en vasos de yintonis a pedo burra, aleteo de plumas y alboroto de picos en la gallera nacional. Muy meritorias, pero de logros costosos y poco llamativos: los secretos oficiales, cada día más presentes, son la prueba de lo que digo. De la calle mejor no hablemos porque está claro que es suya. Ahora mismo la posibilidad de expresar el rechazo a la OTAN es nula, ni antes del conciliábulo guerrero ni después. Estamos metidos en la guerra mundial hasta el cuello e ignoramos las consecuencias, tragando con una inflación meteórica. En un país que tiene más policías que sanitarios, las calles son de quien tiene la fuerza y maneja al que pega por gusto y por dinero, de manera siempre proporcional, eso sí, al peligro que representa la amenaza de la protesta, al estilo Marlaska, algo que se ha extendido de forma alarmante por la Europa democrática, esa que ha despertado de su letargo pacifista y tiene la oportunidad de probar la eficacia real de sus cañones. l