ntento recopilar en mi balcón lo vivido desde la atalaya de mis años y concluyo que vengo de una época en la que todavía predominaba la idea de que la vida era un valle de lágrimas, concepto que paulatinamente ha cambiado hacia vidas con márgenes para la felicidad y mejor vivir que los antecesores.
Lo hago tras leer que el lehendakari propone aprobar ayudas de 200 euros al mes por hijo durante los 3 primeros años, a lo que añado el tiempo que dan a padres y madres por parto y lactancia, o tantas cosas que no voy a enumerar. En aquellos viejos tiempos, recuerdo que siendo becario me casé con quien sigue aguantándome y nadie me dio ni una hora de permiso por matrimonio, lo mismo que rememoro ni un solo día de asueto tras la alegría y el acojono de tener cada uno de mis dos hijos, o que la madre disfrutó de un escaso mes para dedicarse a los recién venidos. Y pienso que siempre llego tarde, que mi generación ha llegado tarde.
Verde de envidia estaba cuando aparece ama, cómo no, que me pide no quejarme, que ella en una semana ya tenía que estar en el curro tras parir a cada hijo, y que le vendrían fenómeno si hoy le dieran los 1.200 euros al mes que le corresponderían. Se enfada por mi rencor con las ventajas del nuevo tiempo, y me dice que a ella solo le preocupa que hayamos pasado de golpe desde aquel concepto de "valle de lágrimas" al de "ser feliz todo el día". Le miro raro y me explica que, ni entonces todo debía haber sido sufrir y esforzarse para vivir con un gobierno que lo alentaba, ni ahora todo el día fiesta y felicidad y que el gobierno las financie. Que la idea es que los hijos no son molestia para la felicidad, son la felicidad. Termina diciéndome que debo estar contento porque el trabajo de nuestra generación haya logrado que la nueva tenga más facilidades y felicidades. Que aunque yo llegue tarde, lo importante es que haya quien llegue. l