eo con interés las noticias sobre la reforma de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Sin duda, supone unos cuantos avances en lo que concierne a las mujeres. Tantos, que la ministra Irene Montero está contentísima y le ha dado las gracias al presidente Pedro Sánchez por su clara "apuesta por un gobierno feminista". Uno de los contenidos más controvertidos de esta reforma de la ley es la consideración de la gestación subrogada o los vientres de alquiler como violencias reproductivas contra las mujeres. Si pensamos en este supuesto como una mujer que, deliberadamente, se queda embarazada para vender a su bebé por dinero, evidentemente la crudeza de la definición no dejaría lugar a dudas. Pero si yo soy una mujer adulta y madura, con o sin hijos, que decide libremente recibir dinero (por las motivaciones que sean) a cambio de un bebé que puedo gestar libremente pero que igual de libremente no quiero criar y por ello también libremente he decidido dárselo a una pareja que ha recurrido a mí por el motivo que sea... Si eso es así y la libertad impera en esa transacción, puede que este feminismo siga siendo igual de paternalista que el propio patriarcado que nos "subyuga". Puede que a este feminismo histórico le falte madurar y entender el concepto de libertad individual, cuando no admite matices en el hecho de que una mujer quiera (de nuevo, libremente) ganar dinero a través del sexo o cuando critica duramente la reivindicación de los derechos de las personas transexuales con argumentos como que "ser mujer no consiste en pintarse los labios o ponerse tacones" o que quizá ganen injustamente las competiciones deportivas femeninas. No deja de ser paradójico que nosotras mismas criminalicemos a otras mujeres por ejercer sus libertades individuales. Aunque, siendo sinceras, ¿no es eso lo que hacemos tantas veces? l