a estamos todos. Uno, regateando y su hijo sin aliento; otras, retratadas fatídicamente en las cintas del rey de las cloacas; algún despistado, perdido en el jardín de la plurinacionalidad; el menos indicado, equivocándose entre policías y piolines. Un círculo envenenado y diabólico. La tóxica conjunción entre la corrupta libretita de Bárcenas y el deplorable espionaje del Pegasus. Por estos derroteros tan sórdidos se mueve histérico el común denominador de la política española, donde los nervios empiezan a agujerar la prestancia, azuzados por unos sondeos cada vez más coincidentes. Y en éstas se abre el telón de otro espectáculo grotesco: el emérito de Corinna, las comisiones de la Meca y las cuentas de Suiza vuelve dos años después de su expatriación sin recato alguno y con cierta chispa desvergonzada. Como si el tiempo curara la desfachatez. Hasta el lunes, entre Sanxenxo y La Zarzuela no hay tregua para el estupor, los memes y el republicanismo.

El rey Juan Carlos se ha puesto el mundo por montera. O quizá nunca se la ha quitado. Esta vez, aconsejado pésimamente por ese retén de interesados aduladores que le vienen pintando una realidad exculpatoria y hasta jactancia, vuelve a reírse de todos los demás, con un supino desprecio a los valores éticos y reparadores. Su intrincado regreso como ese turista caprichoso que antepone el deleite de una regata a la conciencia de sus responsabilidades golpea el reinado de Felipe VI y al que también contribuye el sainete de su disparatado encuentro familiar.

En el medio, un Gobierno que no gana para sobresaltos. Los bastardos espionajes y sus esperpénticas derivadas han cavado una fosa demasiado profunda. De manera más hiriente con ERC, que no acaba de digerir la afrenta a Pere Aragonès. La brecha se antoja sideral. EH Bildu, en cambio, se lo pone más fácil. Se limita a implorar la recuperación de aquel espíritu de la mayoría de la investidura porque le horroriza pensar cómo podría ser un futuro en la diana de la ultraderecha. Los republicanos catalanes, sin embargo, no disimulan su enojo, a sabiendas de que la desconfianza hacia el PSOE ya la llevan de serie. Esa presión hace trastabillar a Sánchez porque está inquieto. Se siente más indefenso que nunca y, posiblemente, más inseguro. En ese deseo indisimulado de hacer un guiño a los independentistas, ofreciéndose encantado a recuperar la mesa de diálogo, cayó el miércoles en la trampa de responder torpemente iracundo a las acusaciones del PP y contraponer los piolines enviados por Rajoy a la reciente presencia de la selección española a Barcelona sin algarabías callejeras. Fue todo un pisotón en mitad del charco. Bien que lo aprovecha Ayuso.

Desde una poza más pestilente sigue brotando las desvergonzadas conversaciones de dirigentes del PP de siempre con el miserable Villarejo. Pero ya no se para el reloj cuando suenan estas cintas. Ni siquiera Feijóo pierde la flema. Sabe que no volverán a pagar ni siquiera la pena del telediario. Ni mucho menos Juanma Moreno. Paradójicamente, a nivel de taberna quizá resulta más morboso escudriñar con retranca las golferías y grabaciones indecorosas del impresentable Rubiales que imaginarse otra vez a Cospedal y Esperanza Aguirre pidiendo que policías y jueces miren para otro lado cuando los suyos cometen los delitos. Al presidente popular le preocupa mucho más que Bendodo se meta en el enjambre de la plurinacionalidad, sabiendo que Vox tiene la escopeta. En estos temas, el PP sigue sin aprobar el examen de ingreso y de ahí los tropezones cuando se sale del carril. Semejante patinazo ya lo sufrió el propio Sánchez, a quien entonces su rival de primarias Patxi López le espetó ante las cámaras de televisión: "¿Pedro, tú sabes qué es una nación?".

En todo caso, nada comparable con el revuelto camarote que acoge al nuevo conglomerado de las izquierdas. Vuelan las navajas. En Unidas Podemos no perdonan la tremenda afrenta de Andalucía. Tienen entre ojo y ojo a IU, a quien consideran culpable del desatino por el juego sucio de haber hecho valer su mayor implantación territorial. La revancha, que la habrá, puede dar un mordisco a la solvencia que se le sigue augurando a Sumar, proyecto unipersonal de Yolanda Díaz y por el que suspira Sánchez. El presidente se agarrará a la suerte de esta vicepresidenta como única tabla de salvación del poder tras unas generales que, por supuesto, apurarán el máximo plazo disponible. Las encuestas empiezan a sentirse en La Moncloa y Ferraz. Hasta el CIS se rinde a la evidencia y hace sonar las alarmas. l