a vuelta a casa tras las vacaciones (o recogimiento) de Semana Santa y Pascua, coincidente con la supresión oficial del uso obligatorio de mascarillas salvo ciertas excepciones de riesgo (en caso de que la comunicación mediática del gobierno español coincida con la letra de lo que publique en el Boletín Oficial del Estado, rara vez coincidente), parecería habernos devuelto a una relativa normalidad pre-pandémica, constatada por los indicadores comparativos que las cifras y comportamientos turístico-recreativos ofrecen. Sin embargo, esta ansiada percepción más que irreal, se ve lejos de cualquier atisbo de veracidad dominante si vamos un poco más allá y observamos cuatro mensajes persistentes, graves en sí mismos cada uno de ellos, extremadamente preocupantes en su conjunto interrelacionado y determinantes de nuestras vidas ordinarias: Ucrania, inflación, energía y cadenas globales de suministro. Cuatro ejes influidos, además, por un sin número de dispares comportamientos en términos de derechos de igualdad, de altruismo o negocio y eficiencia diferencial en su impacto no homogéneo a lo largo del mundo, desde decisiones tomadas en su momento en la propia gestión de la pandemia como en el suministro de equipos de protección individual, posicionamientos ante la prioridad o no de la disponibilidad de gas soviético, o del resurgir "público" de las insuperadas cloacas de Estado tras un espionaje del que nadie parece saber nada, que ensombrecen cualquier sensación de "vuelta a un pasado confortable o normal", o ya sea un escenario algo más certero y conocido que el proceloso mar en el que habremos de navegar en los próximos meses (esperemos) o años.
Sin duda, detrás de estos cuatro ejes explicativos (o acompañantes) de nuestro tiempo, se sintetizan profundas transformaciones que, en definitiva, alumbran nuevas mentalidades, gobiernos para nuevos tiempos, nuevas prioridades, soluciones y modalidades de solidaridad diferenciales y selectivas, así como impredecibles consecuentes aspiraciones de futuro.
El primer eje en cuestión es, sin duda, Ucrania. Mucho más que una invasión injusta, ilegítima, salvaje y trágica en plena Europa (dentro o fuera de la selecta Unión Europea sujeta a sus mecanismos, normativas y tiempos de gestión-asociación). Mucho más que una invasión que sugiere un nuevo orden geopolítico, una nación que durante siglos ha pretendido elegir de forma libre su futuro, su modelo de convivencia y sentido de pertenencia. La tragedia provoca una nueva evacuación colectiva, búsqueda de nuevos proyectos de vida, nuevas vivencias y comportamientos ante procesos migratorios (¿de ida y vuelta?) para millones de personas que, en todo caso, conllevan un cambio de flujos demográficos, nuevos repartos de beneficios y pérdidas (sobre todo en términos de vidas, proyectos personales y familiares) y todo un conjunto de proyectos de reconstrucción y, esperemos que así sea, de reimaginación y reinvención tanto del país, como de sus relaciones con terceros, que supongan nuevos modelos de desarrollo y de flujos económicos, sociales y culturales. Observamos, con voluntad positiva y creativa, además de dolor, su nuevo futuro más allá de un triunfo sentimental, un reconocimiento universal y una voluntad solidaria y colaborativa de terceros. Una visión por encima del "coste bélico" que parecería presente en el condicionamiento de la vida fuera de Ucrania. Alimentación, energía, materias primas esenciales, se ven negativamente afectadas, también, por lo que sucede en este país y se convierten, para muchos, en la causa-explicación del resto de males que nos aquejan, haciendo olvidar que, si bien todo guarda una cierta relación, el resto de los ejes-acompañantes citados, tiene causa y vida propia, antes y después de Ucrania. Cada uno de ellos con espacio propio en el marco inicialmente señalado. Así, sin duda, la siempre temida inflación surge como abanderada de las consecuencias negativas, generalizables a lo largo del mundo. Bancos centrales, gobiernos, mercados financieros vuelven su mirada y preocupación principal hacia ella y parecen haber olvidado, en sus escenarios finales, un incierto punto final (más bien y seguido) de esta grave agresión bélica, minimizando su efecto devastador, confiando en "imaginarias posibilidades" de reconstrucción física, rediseño de fronteras y territorios y un paulatino movimiento hacia "espacios de tolerancia multilateral" con relativo acomodo de las partes (sobre todo de quienes no padecen o padecerán directamente sus consecuencias y decisiones). Desgraciadamente, asistimos impotentes a la gobernanza "global" que nos hemos dado, esperando, muerto a muerto, un final imprevisto. Parecería asumirse como una causa y no como una tragedia singular. Constatamos que es y será la lucha contra la inflación la que ocupará el esfuerzo de los próximos meses y, sin duda, condicionará las políticas públicas, su fiscalidad, ayudas y acompañamiento o no de las inversiones transformadoras (inevitables) y de la sustitución de la disminuida confianza ciudadana, en su ahorro y consumo, y en su desafiante actitud ante el futuro.
Desgraciadamente, esta compleja visita de una inflación que ya estaba entre nosotros antes de convertir a Ucrania en el foco del tablero, provocará un parón en el crecimiento inicialmente previsto, y se ve acentuada por el continuado deterioro de las cadenas globales de suministro, la distorsionada logística y seguridad manufacturera y alimentaria, pendiente de su recomposición bajo nuevos criterios geográficos, políticos y de su propia competitividad y, por supuesto, del propio orden que resulte del escenario final post Ucrania-Rusia. Un parón "sinérgico" más allá del cuestionamiento, ya al parecer ampliamente comprendido, de una globalización ilimitada. Dos ejes críticos que guardan enorme relación con lo que, en positivo, tras el "chaparrón" será lo que algunos consideran una nueva revolución energética que habrá de hacer repensar la transición verde abanderada, hasta hace escasos meses, por un "salvar al planeta" como guía conductor de toda lucha contra el cambio climático. Petróleo, gas -sobre todo- y plazos para la llegada real de las nuevas fuentes de energía, la redistribución de roles geoestratégicos de productores, consumidores y jugadores intervinientes en las múltiples iniciativas exigibles para el cumplimiento de estrategias, pactos y compromisos están al caer.
Y, por supuesto, la redefinición de las cadenas globales (no solo de suministro, sino de valor), íntimamente ligadas a la geolocalización, la competitividad, el rol de los gobiernos en su relación con empresas líderes internacionalizadas y el conjunto de los espacios de desarrollo e innovación, no está sino en sus albores y confiere al resultado final un relevante peso e influencia. Impacto decisivo en este corto plazo, mucho mayor en escenarios futuros de largo plazo.
Cuatro "contratiempos" que, sin duda, han de condicionar el actuar de los gobiernos. Hoy, en consecuencia, los buenos gobiernos, creíbles, fiables, generadores de afección democrática, imbuidos de potentes liderazgos, resultarán más necesarios que nunca. Mitigar (eliminar es lo que desearía nuestro inconsciente) la desigualdad, afrontar las oportunidades (ilimitadas) que el mundo ofrece al servicio del bienestar, la riqueza que el nuevo mundo del trabajo y empleo permiten aportar, canalizar los recursos y "mercados financieros" para su logro, ordenar y gestionar la tecnología disponible (y la que está aún por venir) con una orientación humanista al servicio del bien común, está a su alcance.
Son sin duda, tiempos de crisis. Nuevos tiempos y prioridades para acelerar decisiones, al servicio de verdaderas aspiraciones de futuro. Nos pilla con un largo recorrido andado. Es mucho lo aprendido y suficientemente conocido lo que sería deseable (al igual que lo que no ha funcionado, ni ha satisfecho las demandas y necesidades sociales). Un buen momento para abrazar el optimismo, asumir el compromiso exigible y acelerar ritmos y decisiones para avanzar en la construcción de un mundo deseable. Eso sí, como siempre, "los gobiernos no vienen de Marte", sino que responden a las decisiones y opciones individuales y colectivas de las sociedades que representan. Son nuestras prioridades personales y colectivas las que determinan la orientación de quienes gobiernan. Es, por tanto, nuestro compromiso, nuestro comportamiento y responsabilidad, también y de manera esencial, lo que alumbra un camino a seguir. No miremos a otra parte. No es tarea de "ellos", sino de todos nosotros. Cada uno desde nuestra responsabilidad específica, activa y pasiva.
Este sería el verdadero viaje hacia la nueva normalidad. Este viaje sí que nos ayudaría a todos a "desconectar" de la mano de un cambio que decíamos buscar hace un par de semanas al "salir de casa y viajar como antes", para "volver a la normalidad", a conectar con un nuevo sentimiento, con nuevas actitudes y un nuevo espíritu y compromiso para un futuro distinto.
Efectivamente, una nueva etapa a transitar. Cuatro ejes esenciales (sobre todo parar la guerra, salvar a una población destrozada, reconstruir una nación y facilitar su derecho a elegir su camino en libertad...), aprender de su gravedad e impacto para acometer cambios radicales en la gobernanza mundial y afrontar la cadena de desafíos por venir. Confiando en nuestras fortalezas, convencidos de la necesidad de nuevas actitudes, de las muchas oportunidades que aparecen en el horizonte y la disposición al compromiso transformador que tenemos por delante. Un viaje sí, hacia una nueva (distinta) normalidad.