odos mirando a Francia y el espejo está en Valladolid. Prepárese la izquierda que la derecha viene a por todas; en Castilla y León, ahora, y luego donde le dé la suma. Ese simbólico piso piloto de Abascal por la estrambótica entrada de Vox en el gobierno de Mañueco esconde mucho más que una figura retórica. Proyecta sin careta alguna la fundada sensación de que existe una alternativa real a Pedro Sánchez y su actual mayoría parlamentaria, además de infinitas ganas de venganza. Aquella Arcadia feliz tan previsible con fondos europeos, unos Presupuestos expansivos aprobados con holgura y un afligido Casado son ahora un cruel espejismo para la coalición de poder. Ya solo se habla de crisis económica, inflación desbocada, guerra, recibo galáctico de la luz pendiente de la isla energética, elecciones en Andalucía y Feijóo, que emerge en medio de esta tormenta con una figura social y políticamente creíble. Visto así, el PP se lo empieza a creer. Y, lógicamente, obliga al caudillo socialista a encontrar otro conejo en su chistera.
Empiezan a sonar con ilusión inusitada las trompetas de la derecha. No le faltan motivos para entonarse. Se multiplican las encuestas favorables. El efecto Feijóo abre en apenas dos días un boquete en el granero del PSOE tradicional sin otro mensaje que la lista más votada y el IRPF. Ayuso se asegura salir bajo palio como siempre quiso. Moreno Bonilla ya mete miedo, sobre todo porque puede convocar elecciones en plena revisión de la condena de los ERE. Vox tiene claro que el camino del PP hacia La Moncloa pasa por su puerta, o principal o de servicio. Les queda el lunar negro del atraco comisionista de las mascarillas de Madrid para desgracia de un acorralado Almeida, a quien parece han soltado la pinza en Génova. La izquierda ha puesto todo su empeño en este abominable caso de corrupción, orquestado por un par de juerguistas desalmados. Tampoco es descartable que pinchen en hueso.
Ante una escenografía tan retadora, todas las miradas se dirigen a Sánchez. Es fácil imaginar que se sienta impelido, cuando no urgido para dar un golpe de mano, propio de su manual. También lo intuyen los malos pensamientos de la derecha. Temen que resurja como siempre para acabar flotando en medio de esta galerna. Lo podría hacer convocando por sorpresa -para muchos, improbable- el Debate del Estado de la Nación, que sigue pendiente por un crisol de razones siempre interesadas desde hace siete largos años. Una cita que le favorecería porque obligaría a todos a retratarse ante los difíciles momentos de estabilidad política y económica dentro y fuera del país. Sin embargo, dentro de la cortesía parlamentaria pillaría con el pie descalzo al PP por el accidentado cambio de presidente y a Ciudadanos, sin Arrimadas por su segunda maternidad, aunque tampoco se la echa demasiado en falta.
Sin este recurso dialéctico en el Congreso, donde una mayoría clamaría contra el zorro de la ultraderecha que se avecina, el presidente esperará ansioso que la UE acepte el envite ibérico sobre el precio del gas. Sería un éxito personal de hondo calado que desplazaría el debate de fondo centrado en saber sobre quién recaen las gravosas repercusiones económicas de tan extraordinaria concesión. En caso contrario, aún le quedaría el comodín como anfitrión de la Cumbre de la OTAN, a finales de junio en Madrid. Pero se trata de una cita incómoda para la convivencia de los socios de gobierno, conocidas las reticencias militaristas de Unidas Podemos, y tan necesitada ésta de argumentos recurrentes para sacar a flote los restos de su menguado perfil ideológico. Ahora bien, los horrores execrables de la invasión rusa en Ucrania hacen muy difícil separar el polvo de la paja para cuestionar humanamente la respuesta de Occidente. Por encima de la presumible polémica -tampoco sería descartable ver a rostros públicos de UP acompañando manifestaciones antimilitaristas esos días-, la figura internacional de Sánchez volverá a subir un peldaño y eso el presidente siempre lo tiene en cuenta, pensando en ese ambicioso futuro personal que jamás olvida.
Así las cosas, solo sonríe envalentonada la derecha, cuando hace solo unos meses mecía rumiando su mal fario en el diván. De hecho, también el independentismo catalán atraviesa por su pasión particular. En el Govern, porque se suceden los escándalos, dimisiones y recelos por la maldita corrupción. En el Parlament, porque Laura Borràs sigue burlando la seriedad debida a la institución que preside. ¿Y aquella mesa de diálogo?