bserve la imagen que acompaña este artículo. ¿Qué ve usted? Se trata de una misma fotografía, de la que se han editado tres encuadres diferentes. Solo el central muestra la escena completa.

Aquellas personas a quienes se muestra únicamente el encuadre de la izquierda, ven a un soldado apuntando con un fusil a otro soldado, probablemente un prisionero moribundo. A quienes se muestra el encuadre de la derecha, ven a un soldado ayudando a beber agua a otro combatiente malherido. Quienes acceden a la fotografía central completa, son quienes más se acercan a la realidad.

Este ejercicio visual, que suele utilizarse en las facultades universitarias de periodismo (para estudiar el poder de la comunicación a través de las imágenes), ha cobrado actualidad estos días, en los que tanto se debate sobre cómo está siendo la cobertura mediática de la guerra en Ucrania. O, mejor dicho, se está debatiendo qué encuadre parcial (que no imagen completa) de la contienda es verdad y cuál no, en este momento de confluencia de tantas representaciones de la guerra en prensa, televisión, redes sociales...

Sin embargo, esa pugna entre representaciones mediáticas, que son defendidas acaloradamente como si cada una fuera la única perspectiva válida, pasa por alto el hecho de que la realidad es un prisma como múltiples caras. Pese a la obviedad del apunte, no está de más recordar que la realidad de Ucrania (por ceñirnos al caso que nos ocupa) es tan compleja, que la visión que más se acerca a la imagen completa del conflicto se obtiene solo sumando todas las caras.

Así, del poliedro ucraniano, en una cara estamos viendo imágenes de población civil ucraniana torturada y masacrada. De hecho, estos días, a propósito de la matanza en la ciudad de Bucha, las ONG Human Rights Watch y Amnistía Internacional han verificado ejecuciones sumarias, violaciones de mujeres y violencia extrema contra civiles en zonas ocupadas por Rusia.

En otra cara, estamos viendo imágenes de ataques y apaleamientos a civiles prorrusos por parte de las tropas ucranianas en el Donbás, y testimonios de denuncias al Batallón nazi ucraniano Azov.

En la cara más histórica, vemos la hambruna del pueblo ucraniano durante los programas soviéticos de colectivización de Stalin, o la participación de colaboradores ucranianos con el régimen nazi.

También en otra cara histórica, pero más reciente, vemos a Zelenski prohibiendo partidos políticos (como los partidos comunistas, que prohibió en 2015).

Y en la cara del lado ruso vemos la nueva ley de Putin que, desde marzo, prevé penas de hasta 15 años de cárcel contra periodistas que desacrediten con sus informaciones a las fuerzas armadas rusas.

Podríamos listar muchos más ejemplos de muchas más caras.

Partiendo entonces de que la composición poliédrica del conflicto dificulta su comprensión, nuestro reto es no dejar que esta complejidad nos lleve a relativizar la gravedad de lo que ocurre en una de las caras.

Es decir, si tomamos en cuenta, por ejemplo, los antecedentes históricos de la guerra, probablemente los buenos no serán tan buenos y los malos no serán tan malos. Pero que haya muchas caras en el conflicto, no debería servirnos para justificar los crímenes o barbaridades que se producen en una de ellas. La matanza de Buche es incuestionable y sus muertos son muertos, estén colocados como estén colocados. Ponerlo en duda está fuera de lugar.

Otra cosa es la distancia desde la que miramos al poliedro ucraniano y todas sus caras ya que, según sea nuestro punto de vista, diferirá lo que veamos.

Para ejemplificarlo, pensemos en otro ejercicio: ¿conoce usted esos juegos y dibujos con ilusiones ópticas que, según los mire, le muestran a una joven hermosa o una anciana?

La guerra de Ucrania no es un juego, pero la metáfora nos sirve para recordar la necesidad de ir combinando puntos de vista para poder acceder a todos los cuadrantes y todas las perspectivas: acercarnos, alejarnos, abrir el angular o centrarnos en los detalles. Ir combinando miradas es fundamental, para que los efectos ópticos no nos lleven a defectos ópticos a la hora de condenar una guerra que ya va durando demasiado.

Que los efectos ópticos no nos lleven a defectos ópticos a la hora de condenar

Un análisis más complejo de la guerra no puede llevarnos a justificar o relativizar la gravedad de algunos episodios