ra adolescente y empezaba a descubrir el mundo, cuerpo incluido, cuando escuché a los profesores dominicos repetirnos que la masturbación te dejaba ciego. Dudé, pues pensaba que, como mucho, su abusiva práctica lesionaba muñeca y codo, pero me acojoné. Aparece mi ama enfadada preguntando a qué venía eso.

Le cuento que, después de lo de los curas, tiendo a pensar que detrás de mucha protesta y amenaza hay cuestiones opacas alejadas de lo que nos cuentan. Así, lo mismo que me parece interesada la amenaza de que habría problemas de suministro de girasol el primer día de invasión rusa, desconfío de que la neopostura española con Sáhara se deba a lo que nos cuentan. Como detrás de la desconvocada huelga de educación no había reivindicaciones sindicales sino un intento de suplir a los parlamentarios elegidos por la ciudadanía para el trabajo de debatir las leyes.

Ahora, le explico, leo protestas de cardiólogos de Basurto contra el proyecto de aunar su cirugía cardíaca con la cercana de Cruces buscando un servicio más sólido y competitivo, y no sé por qué, creo que también hay razones ocultas. Ama me corta y dice que puedo tener algo de razón en otros asuntos, pero sugiere que los médicos hacen una protesta sincera. Tras insistirle en mi duda, se queda pensativa y añade que, recordando algún caso pasado, pudiera que el cabreo de los cardiólogos de Basurto venga de que, al perder contacto con los cirujanos, dejen de formarse y practicar técnicas en los servicios públicos por la mañana que luego les pongan en valor para su trabajo por las tardes en las clínicas privadas, en las que, por cierto, todos ellos trabajan.

Le digo que no sé discernir, que seguiré dudando de algunas protestas y amenazas, sobre todo después de aquella de los curas y comprobar, tras hacerlo a cascoporro, que solo pillé una hipermetropía. Menos mal que me agaché, si no, me llevo un sopapo.