l Consejo informal celebrado en el Palacio de Versalles, aderezado de toda la grandeur de la presidencia francesa, puede suponer un antes y un después en el proyecto de construcción europea nacido con el Tratado de Roma que el 25 de marzo cumplirá 65 años. Putin, probablemente sin pretenderlo, ha cambiado el rumbo de la Unión Europea con su invasión de Ucrania. Su agresión unilateral ha obligado a la UE a caerse del guindo y tratar de redefinir a toda velocidad su agenda. Ahora la palabra clave no es otra que "soberanía". Revestida de un discurso impulsado por el presidente galo, Emmanuel Macron, Europa habla ya a las claras de soberanía energética, económica y de defensa. Si en Roma se firmó el acta fundacional de la Comunidad Económica Europea, es probable que en Versalles se hayan puesto las bases para un nuevo Tratado que conceda a la Unión poderes plenos en materia presupuestaria, de política exterior y con una fuerza militar propia.
La Europa que se fundó en la ciudad eterna, humeantes aun los campos de batalla en el continente y ante la ingente tarea de la reconstrucción de miles de poblaciones devastadas por los bombardeos, tenía una misión de cooperación económica. Se trataba de consagrar la paz colaborando en objetivos comerciales y de abastecimiento conjunto. Por ese camino ha transitado el proyecto que pasó de llamarse CEE primero, a Comunidades Europeas después y ahora, Unión Europea. En la propia semántica de estas tres denominaciones se ve claramente cómo hemos ido adentrándonos en una forma de integración menos basada en lo económico. A la Política Agrícola Comunitaria, siguieron otras políticas comunes, después se consagró el Mercado Único y, finalmente, nos dimos una moneda común con el euro. Sus crisis y el Brexit nos han situado a las puertas de la armonización fiscal y, con ello, a la aprobación de un Presupuesto único para la zona euro, ya inevitable.
Nos hemos ido haciendo mayores como organización supranacional por la edad del proyecto y, sobre todo, por los acontecimientos que se iban produciendo en el mundo. Sin la pandemia del covid-19 o sin la invasión de Ucrania, sería impensable que los líderes de la UE se estuvieran planteando cuestiones soberanas como una política de salud y energética común, una política exterior sin vetos, por mayoría o la creación de un Ejército europeo. Lo que sucede fuera nos está haciendo más fuertes dentro. Ahora nos damos cuenta que sumar esfuerzos para investigar y para comprar vacunas es la solución. Que tener industrias propias en sectores básicos o garantizar la cadena alimenticia es imprescindible. Que sin energías limpias suficientes nuestro Pacto Verde es papel mojado. Y, finalmente, que sin armas disuasorias propias nuestra seguridad y defensa es inviable. En suma, sin todo ello no somos una potencia soberana internacionalmente, el referente de libertades y respeto de los derechos humanos que debemos ser.
En Versalles ante el aumento de la inestabilidad, la competencia estratégica y las amenazas a la seguridad, los jefes de Gobierno de los 27 decidían "asumir una mayor responsabilidad respecto de nuestra seguridad y adoptar nuevas medidas decisivas para construir nuestra soberanía europea, reducir nuestras dependencias y diseñar un nuevo modelo de crecimiento e inversión para 2030". Una soberanía centrada en tres dimensiones clave: el refuerzo de nuestras capacidades de defensa, la reducción de nuestra dependencia energética, y el desarrollo de una base económica más sólida. En defensa se pretende un incremento sustancial del gasto y la creación una industria armamentística y de ciberseguridad propia. En energía poner en marcha el plan RePowerEU de la Comisión Europea. Y, en economía reducir nuestra dependencia estratégica en materias primas fundamentales, en semiconductores, sanidad, en el ámbito digital y en alimentos. Para todo ello, se plantea fomentar por todos los medios posibles la atracción de inversión privada a la UE. El compromiso ya existe, ahora solo queda hacerlo realidad.