cechan los nubarrones. Por el Este europeo y por Castilla y León. La incertidumbre -quizá la peor de las pesadillas- se ha apoderado peligrosamente de la situación. Vienen mal dadas. En el ámbito económico, porque las previsiones derivadas de una cruenta invasión militar causan escalofríos; en el ruedo político, porque el blanqueamiento de la ultraderecha conmociona. Las previsiones domésticas a corto y medio plazo son tétricas más allá de que se quiera distraer sus perniciosos efectos distribuyendo las causas del mal. La realidad supera el debate ideológico: en los bolsillos, la gasolina y la energía deshilachan las costuras; en la industria se agujerean los balances, a excepción de las eléctricas. Con todo, queda hueco para el despropósito partidista: Vox se ríe de los cordones sanitarios. El PP, sobremanera, y la intencionada abstención del PSOE denigran, por acción y omisión, el mínimo suelo ético ante la mirada atónita de una Europa -incluida su lado más derechista-, que contiene a duras penas su indignación democrática.
Un declive económico sostenido se puede llevar por delante un gobierno. Pedro Sánchez lo sabe y lo teme. A tal punto que ya ha empezado a sacudirse las responsabilidades del vendaval que asuela atribuyendo a Putin, entre las risas del respetable, las culpas de unos precios desbocados y de una macroeconomía tambaleante. En verdad, es un gobierno castigado por las desgracias. Justo cuando se le dibujaba una Arcadia feliz con el maná interminable de los fondos europeos gestionados desde sus propias terminales de confianza, viene un sátrapa y siembra de tinieblas el horizonte. En la recta final de una legislatura razonablemente concebida para la recuperación económica, el fin de la dichosa pandemia y con una oposición buscándose en el diván, el espejo de los deseos se cae a pedazos. Las previsiones de crecimiento son ahora una quimera; la carestía de la electricidad y el gas engulle la justificada y necesaria ambición de la transición ecológica; el fantasma de la estanflación prende con fuerza; el envío de armas a Ucrania desquicia a Unidas Podemos, erosionando, en primera derivada, la unidad de la coalición de gobierno; y, finalmente, el PP fía a un candidato previsible la cura de su depresión. En verdad, también habría que dejar un sitio preferente para atender las andanadas diarias de Pablo Iglesias a Yolanda Díaz. En su fuego amigo, el ahora tertuliano fluye carcomido probablemente por la envidia ante su sucesora y la desazón de comprobar cómo aquel proyecto político del 15-M va camino del desfiladero, liderado a duras penas por dos simplonas estrategas como resultan Ione Belarra e Irene Montero.
La tragedia está en Kiev. La salsa política, en Valladolid. Sin embargo, sus respectivas consecuencias de alto alcance durarán malévolamente en el tiempo. En el futuro nuevo orden geoestratégico, porque la intolerable afrenta rusa deja demasiados regueros, no solo de sangre inocente. En la comunidad más castellana y españolista posible así ocurrirá porque se ha permitido, mediante el voto ciudadano, primero, y la irresponsabilidad partidaria, después, la insólita y, para muchos, vergonzante entronización institucional de una fuerza política que deplora las autonomías, fomenta la xenofobia y enardece la confrontación permanente. Son dos problemas de hondo calado más allá de su interpretación llena de lugares comunes que se suceden a caballo entre la indignación y la ausencia de respuestas reparadores del mal causado.
Feijóo, de hecho, lamenta la fatal coincidencia de su aterrizaje forzoso en un escenario que sigue gafado, incapaz de desactivar ese campo minado que parece atenazar durante demasiado tiempo la recuperación del PP. Cuando parecía encarrilada la suerte del futuro presidente mediante la decapitación del funesto dúo Casado-Egea, cuando se había amansado la fiera Díaz Ayuso con un par de banderillas por la suerte aún no decidida sobre su hermano y cuando seguían sonando los ecos complacientes del recibimiento triunfal de la banda mediática madrileña, viene Mañueco y pincha el globo de la ilusión. Ahora llega el turno de las justificaciones evasivas. Nadie mató al muerto, pero entre todos le ayudaron a morir. Vox se ganó el derecho de la exigencia con el respaldo de las urnas; el PSOE podía haberse abstenido para cortar de raíz las exigencias de Abascal, pero Sánchez quiere sacar réditos de esta inédita coalición; y el PP paga con el desprestigio de este acuerdo la ambición de su defenestrado líder cuando exigió adelantar las elecciones simplemente en beneficio propio.