icen las lenguas viperinas que se encargan de tomar el pulso al rutilante mundo de la tele que una de las estrellas más glamourosas del negocio, apartada de la circulación por jubilación sobrevenida, anda peregrinando de despacho en despacho, de moqueta en moqueta mendigando un programita cundo menos para volver a sentir el calor de los televidentes, la atención de las revistas del cuore que llenan nuestro tiempo de lujo, pasiones, traiciones e historias de bellezones televisivos, ellos y ellas dominadores de la pantalla, palabra fácil, espumosa y reluciente. María Teresa Campos, peregrina de la postrer oportunidad es esta triste sombra que en otros tiempos triunfaba como reinona de los programas magazines, dando sopas con onda a Quintana, Grisó y otras lumbreras del quehacer televisivo. Hoy, María Teresa superada la edad de jubilación, pasa a engrosar el ejército de veteranos/as que tienen edad cumplida para el descanso y la espera serena de la vida bien cumplida. Campos dice que no, que ella está fresca como una lechuga en mañana primaveral, y que quiere luz, focos, maquillaje, alegría de vivir y marchita pantallera. Patalea, implora, demanda, exige, empuja, y no se resigna a convertirse como todo quisqui en anónima ciudadana de esta sociedad convulsa que nos ha tocado vivir. Ella se mira todas las mañanas en el espejo mágico de la pantalla y cree oír la contestación halagadora de su belleza audiovisual ahora marchita, tardía y veterana. Y asistimos abochornados a este espectáculo de jubilación rechazada, que solo sirve para hacer el ridículo en esta aldea global que tiene reglado el fin del período laboral, por mucho que te llames María Teresa o Perico de los palotes. La influencia de la tele ha mordido en el corazón de esta dominadora del medio, del que no quiere despegarse ni con aceite hirviendo. Pobre Campos y su triste peregrinaje en busca de una oportunidad que no llegará.