ltimamente me siento más viejo que nunca, hasta que caigo en la realidad de que soy más viejo que nunca, mientras que sentirme bien y más joven no deja de ser una percepción del momento, una ilusión. Cuando la percepción alcanza la realidad me siento mal, pesimista y deprimido. La realidad siempre me decepciona.

Le cuento en el balcón a ama mi sensación y me dice que eso forma parte de pasar por la vida. Y de repente comenta que eso mismo le pasa a la gente que, con la locura de invasión de Putin a Ucrania, dicen ser de no a la guerra, de buscar la paz, y niegan o dudan la posibilidad de que el resto de países europeos envíen armas a Ucrania. Hombre, le digo, yo hablaba de mis depresiones, no de Putin ni otras tragedias, pero ella insiste en el tema explicándome que mientras la percepción de muchos es que eso se puede arreglar hablando y con diplomacia, la realidad es que el violentamente invadido se defiende o desaparece. Por darle carrete le digo que estoy seguro que esas dudas, que humanamente entiendo, no creo que las hubiera habido si en su día los países europeos hubieran ofrecido ayuda militar al legítimo gobierno republicano español que en 1936 fue derrocado por los fascistas, y así ahorrarnos 40 años de dictadura, o que tampoco les repudiará la imagen de Allende con un fusil AK47 en ristre defendiendo su legítimo gobierno en la Casa de la Moneda. Ella termina diciendo que cuando esa gente concluya que la solución vendrá de que los ucranianos se defiendan con todo lo que tengan a mano y la realidad se plasme en toda su crudeza, les cambiará la percepción, se decepcionarán y, salvo que se engañen a sí mismos, se deprimirán.

Ama remacha diciéndome que, mientras tanto, el rey Juan Carlos se descojona de todo viviendo en la percepción de inmunidad, concepto cínico de lo que en la realidad es impunidad. Y yo deprimido con mi vejez.