as guerras tienen vida propia. Una vez desatadas escapan al control de los actores y evolucionan autónomamente de formas insospechadas. De nuevo estamos ante la incertidumbre, el territorio desconocido y el futuro no escrito.
El viejo adagio que dice que la primera víctima de una guerra es la verdad nos previene contra la ingenuidad y nos arma con unas sanas dosis de sospecha, pero no deberíamos confundir el espíritu crítico con ese cinismo pretendidamente sofisticado del que atraca en el puerto franco de la equidistancia. Necesitamos reconocernos en algunas convicciones. No deben ser principios inamovibles sino provisionales, sometidos al contraste con la realidad y abiertos a ser corregidos. Comparto aquí cuatro de estas convicciones (sobre el derecho, los actores en el conflicto, nuestra sociedad y la información) que de momento me sirven.
Sobre el derecho. No es cierto aquello de que inter arma silent leges. Es precisamente cuando la convivencia se rompe que necesitamos la orientación de un derecho que nos diferencie de quien tergiversa los hechos y las normas para acomodar todo a sus intereses de cada momento. La agresión de Rusia viola los principios más elementales del Derecho Internacional. El propósito de la ONU era "suprimir los actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios del derecho internacional, el arreglo de controversias susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz". Para ello la ONU se creó "basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros (los cuales) arreglarán sus controversias por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro la paz y la seguridad". Y se añadía que "los miembros de la ONU se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia de cualquier Estado". La Carta de la ONU ha sido aplastada por los tanques de Putin. In claris no fit interpretatio.
Sobre los actores. En este conflicto hay un agresor que es la Rusia de Putin, y unas víctimas que son Ucrania, la paz y el derecho. Los demás actores -los EEUU, la Unión Europea o la OTAN- pueden hacerlo mejor o peor en unas circunstancias endiabladamente complejas y peligrosísimas, pero sus responsabilidades no son, en caso de existir, comparables a la del agresor. Ponerlas en el mismo nivel es hacer el juego al violador. Las fantasías historicistas y victimistas no justifican la agresión. Las redes se habían llenado estas semanas de críticas a Biden, pero lo anunciado por él se ha cumplido punto por punto. No vale aquello de que le pegué porque me acusó de ser violento. Quien nos ha mentido de modo directo y repetido es Putin.
Sobre nuestra sociedad. Nos va a tocar pagar muy cara la locura de Putin. Las sanciones son un camino de doble sentido y tocará apechugar. Veremos si además de jugar a la guerra en redes somos capaces de asumir serios sacrificios por la protección de nuestros intereses y principios. La experiencia de la pandemia no invita al optimismo. La segunda mejor arma de Putin, tras sus misiles nucleares, es la facilidad con la que ciertos sectores de nuestra sociedad tragan su propaganda, intelectual y éticamente miserable pero exitosa.
Sobre la información. En nuestra sociedad existen medios con profesionales trabajando con razonable libertad, abiertos a diferentes fuentes, estudiando y destilando informaciones diversas. En Rusia tenemos aparatos de propaganda de un dictador que ha perseguido y asesinado opositores y periodistas, que ha eliminado los medios libres, que ha censurado las redes sociales y que esta semana ha encarcelado en una sola noche a cientos de personas por el delito de manifestarse pacíficamente contra la guerra. Entre unas y otras fuentes usted es libre -todavía- de elegir a quién prefiere otorgar mayor credibilidad. Es una libertad de la que deberíamos saber estar a la altura.