on el Partido Popular a navajazo limpio, la efervescencia de las elecciones del domingo en Castilla y León ha bajado de intensidad, pero para sus muchos damnificados los resultados de las urnas aún escocerán durante tiempo. La guerra entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso y sus respectivos bandos es parte de estas consecuencias. Los vascos hemos vivido durante unos meses envueltos en una campaña y en unas elecciones ajenas por su posible repercusión en todo el Estado. Y la tiene. Castilla y León es una comunidad autónoma artificialmente creada. Baste decir que la mayoría de sus ciudadanos (35,8%), según una encuesta muy reciente al calor del proceso electoral, están a favor de un Estado con un único Gobierno sin autonomías. Además, en León existe un fuerte sentimiento contrario a estar encuadrados junto a los castellanos y quieren una comunidad propia, lo que queda demostrado con el resultado de Unión del Pueblo Leonés (UPL), que ha logrado tres procuradores. En Castilla y León está Treviño, donde la abstención ha sido casi del 62% frente al 36,5% global en la comunidad. La España vacía, el despoblamiento generalizado, es uno de los grandes problemas de toda la región -gobernada siempre por el PP, todo hay que decirlo-, como se ha comprobado también en las urnas, con la eclosión de plataformas que ahora tendrán una importante representación en las Cortes propias.
Puede decirse que Castilla y León se asemeja -con perdón- a una autonomía fallida en la que ni sus propios ciudadanos ni los gobiernos regionales ni los sucesivos gobiernos centrales han creído ni aún hoy creen. Esa es la fotografía sin photoshop.
En este escenario, en este teatro de operaciones, hemos estado un tanto abstraídos por insólitas pugnas políticas como si nos fuera algo en ello, mención aparte de la repercusión que pudiera tener en la estabilidad institucional del Estado. Por comentar.