ntre la gente que me acosó desde pequeño en el colegio de Bergara los había de menor y mayor grosería, destacando entre estos últimos uno que en tercero se fue del cole, lo que algo me relajó. En sexto volvió y mi tensión subió, aunque, por desagradable que fuera, algo descansé al vengarme, aunque solo fuera teóricamente, pensando que lo que le llevó a desahogarse con un pequeñito fácil de sacudir como yo, que además era hijo de quienes le suspendían seguro que merecidamente, fue su frustración por descubrir su imbecilidad y su incapacidad para hacer la O con un canuto.
Este recuerdo ha acudido a mis meninges al ver a la derecha montar la de dios con la votación de la reforma laboral y con que se prevaricó o que falló el ordenador, cuando simplemente dos señores navarros engañaron y otro señor se equivocó al votar. A buen seguro que los primeros terminaron en el confesionario para quitarse la culpa como buenos cristianos, y el que se equivocó, pues en el óptico o el logopeda.
Si estos gritones se parecen comparativamente a aquellos acosadores menos groseros de mi colegio, D. Maroto, qué alboroto, me retrotrajo al acosador perverso cuando, tras el sosiego por su silencio de tiempo segoviano, volvió a agredirme vociferando -al hilo de la solicitud de crear una comisión que investigue casos de pederastia de curas y frailes- que se indague también a otras confesiones religiosas y ámbitos. De otras confesiones nada he oído, y de otros ámbitos, no sé si podía referirse a encofradores o registradores de la propiedad. Lo perverso es que este señor, uno de los políticos más incapaces de pensar en arreglar cosas que de verdad interesan, pretenda sobrevivir en la política ocultando sus deficiencias éticas a base de cegarnos salpicando mierda podrida, en este caso sus Marotíadas. Por eso, seguro que merecidamente, ni lo eligen en su tierra alavesa.