icen que la nostalgia es una incierta herramienta para establecer comparativas entre nuestro presente y pasado. Quizá debería, por lo tanto, existir una ciencia que erigiera un riguroso cotejo entre nuestros tiempos pretéritos y presentes. Saber así en qué hemos progresado y en qué hemos decaído. Porque igual podríamos pensar en recuperar ciertos aspectos de nuestro pasado aplicándolos al presente. Leíamos hace unos días que algunas especies animales utilizan la involución, en vez de la evolución, para sobrevivir volviendo hacia formas y funciones que había dejado atrás hace cientos o miles de años.
Lo que nadie puede negar es que vamos perdiendo diversidad en las múltiples dimensiones sociales, políticas, sociológicas, culturales, incluso económicas, en las que nos movemos. Que en un mundo cada vez más globalizado, los contrastes de los paisajes sociales y humanos paulatinamente se mitigan, es una realidad. Y así, las metrópolis del mundo se asemejan, poco a poco, cada vez más. Y lo mismo sucede con las personas que las habitan. Ya no buscamos marcar la diferencia, sólo marcar el matiz que nos separa del resto de la humanidad. Ser muy diferente significa separarse del humano rebaño al que pertenecemos. Quizá ser señalado por los otros, tachado de loco o excéntrico. Nuestro modo de vivir, de vestir, de hablar no puede ser muy diferente al de los demás. Deberíamos pensar, reflexionar, sobre por qué esto es así. Por qué nos cuesta tanto salir movidos en esa enorme y congelada fotografía en la que posa toda la humanidad. O quizá no nos lo planteamos porque entendemos que esa uniformidad es buena para nosotros, concibiendo "buena", en la línea de lo que ciertas filosofías han apuntado: "lo que es positivo para el ser humano, es bueno".
En los paisajes humanos pasados nos encontrábamos con bastantes más personas que en la actualidad que destacaban del resto por pensar y actuar de manera diferente. Les llamábamos -y seguimos haciéndolo- "personajes". Quizá porque les veíamos como individuos que podrían haber formado parte del argumento de una película o de una novela. Uno de ellos era el alavés Julio Arbosa, artesano, espeleólogo, nacido en Murgia justo cuando acababa la Guerra Civil y fallecido hace ya tres lustros. Durante años, Arbosa escribía a diario sobre el reverso de un cartel un breve mensaje que situaba en el interior de un televisor hueco que colocaba en el escaparate de su taller ubicado en la calle Herrería para que los viandantes pudieran leerlo. La frase cotidiana hacía una referencia crítica, irónica a la actualidad política y social lanzada por los medios de comunicación de entonces. Arbosa, era por lo tanto una especie de tuitero analógico dos décadas antes de que esta red social se popularizara. Buena parte de estos mensajes manuscritos recuperados por Lekuona se exponen actualmente en el escaparate de la sede de Zas Kultur: cada día la artista selecciona uno y lo sitúa sobre la pantalla de un antiguo televisor apagado.