e la participación española en los últimos 40 años de Eurovisión solo recuerdo a Rodolfo Chikilicuatre y su Chiki Chiki, feroz artefacto contra el propio concurso por vía de la parodia cutre. Si este año me ha picado la curiosidad por el mismo ha sido por la posibilidad de que, por primera vez, un tema en un idioma cooficial en el Estado distinto al castellano representara al reino de España. Se trataba de Terra, de las gallegas Tanxugueiras, una cuidada fusión de música tradicional y electrónica, de letra de espíritu igualitario, ritmo trepidante y cuidada puesta en escena, que, cosas de la vida, contaba con cierto favor del público. Hoy ya sabemos que eso no será así. SloMo, un producto made in Miami, cantado en spanglish, hipersexualizado, clon de otros mil del mismo tipo, será lo que RTVE mande a la final de Turín. Como no podía ser de otra forma. En las más de 60 ediciones en que España se ha presentado a Eurovisión, lo ha hecho en el idioma de Cervantes, excepto en la media docena de ocasiones en que ha intercalado el inglés. No parece muy normal en un país en el que el 20% de su población tiene un idioma materno distinto al oficial del Estado. Probablemente, uno de los mayores fracasos del sistema político heredero de la Transición es su verdadera falta de asunción de la pluralidad lingüística. Nadie ha educado a la España monolingüe en el respeto y el conocimiento de los otros idiomas. La realidad cultural catalana, euskaldun y gallega es tan sistemáticamente soslayada y silenciada en los grandes medios de comunicación del Estado, privados y públicos, como ausente de los planes de estudio. Luego pasa lo que pasa. Se desgañitan hablando de la españolidad de Catalunya o el sur de Euskal Herria, pero bien poco han hecho para que lo catalán y lo vasco sea sentido como propio por el resto de los habitantes de la piel de toro. A un nivel geográficamente menor, es exactamente lo que han hecho en Nafarroa y quieren seguir haciéndolo.
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