comienzos de cada año, los museos públicos publican sus cifras de visitantes del pasado ciclo anual. Alguien se las requerirá seguramente. Posiblemente, las instituciones que aportan el dinero necesario para que abran sus puertas. Obviamente en estos tiempos cercanos que han corrido -y todavía corren- con la limitación de aforos, nadie espera que el balance sea similar a los tiempos precovid. Pero en general, sí, en 2021 nuestros museos han tenido más visitantes que en 2020. Como todo, también en general: los bares, los comercios, los espectáculos... Cuando se ha tocado suelo, no es difícil levantarse unos palmos de él.

Los museos hacen su balance porque se entiende que de alguna manera tienen que justificar el gasto que ocasionan al contribuyente. Las bibliotecas no hacen balance, no es necesario. Ni los hospitales, obviamente. Ni las universidades públicas. Pero los museos parecen obligados a realizar ese trámite porque sobre ellos se cierne siempre una sospecha: ¿realmente son equipamientos necesarios? Una desconfianza que siempre está ahí, planeando sobre todo lo que suene a cultura sustentada por el Estado.

Vivimos una época en que prima la rentabilidad económica de todo y para todo. Lo que acarrea un gasto, se mira por lo tanto con reticencia. A no ser que este se destine a cuestiones más populares como pueda ser el fútbol pues el 70% de los españoles son aficionados a este espectáculo. Esto es: más de 30 millones de almas. Leíamos en prensa, por ejemplo, que los 380 partidos de la Liga española cuestan al Estado, en seguridad policial, unos 10 millones de euros por temporada. La federación de este deporte recibe también subvenciones anuales cercanas a los 20 millones de euros. Pero se argumentará que este deporte es una gran industria y que en torno a ella se genera riqueza a raudales. Leemos por ahí que el aficionado medio se gasta unos 3.000 euros al año en acudir a los partidos de su equipo preferido, incluyendo los abonos o entradas pertinentes, transportes, viajes, hoteles si los hay, comida, merchandising, apuestas y suscripción a canales deportivos televisivos... También se dice que genera un uno por ciento del producto interior bruto de este país. Aunque queda por debajo del tres por ciento que produce la cultura. Pero la lógica en estas cuestiones de poco sirve: la gente se desfoga en los campos de fútbol pero no en los museos.

Porque si se hablara desde la razón, la sensibilidad y el sentido común, y no desde las emociones más primarias, lo natural sería apoyar todo aquello que aporta valores positivos a la sociedad pero que no puede funcionar por sí mismo por no ser rentable económicamente aunque sea beneficioso a otros niveles: sociales, educativos, culturales... Hay que recordar que ese estado del bienestar del que nos solemos sentir orgullosos, tiene tres patas fundamentales: la sanidad, la educación y la cultura. El fútbol, lamentablemente para ese 70 por ciento de seguidores, no entraría en ese pack.