na nueva crisis humanitaria sacude nuestras conciencias como europeos: las imágenes llevan días circulando por las redes sociales y enseñan al mundo la dramática situación que viven cientos de exiliados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. Hay un cierto paralelismo con lo sucedido hace un año, en 2020, con las tensiones vividas entre Turquía y Grecia cuando la primera anunció la apertura de sus fronteras con Europa, lo que provocó la afluencia de miles de personas hacia la frontera griega o con la crisis entre Marruecos y España cuando llegaron a Ceuta 8.000 migrantes.
La realidad es que desde hace casi dos meses migrantes procedentes de Irak, Afganistán, Siria y Yemen vuelan a Minsk con la esperanza de continuar su ruta migratoria hacia Alemania y Europa Occidental. Al parecer, Bielorrusia incluso fleta vuelos chárter para transportar a los exiliados. Una vez en Minsk, las autoridades bielorrusas les animan a dirigirse a Polonia, en lo que supone un intento de intimidar a la Unión Europea, con quien las relaciones diplomáticas se han deteriorado desde la reelección de Lukashenko, cuyo régimen, responsable de numerosos abusos contra sus opositores, ha sido condenado y sancionado por Europa.
El resultado de la obscena propaganda bielorrusa y de la inhumanidad polaca es clara: una vez más se olvida toda dignidad, respeto y protección de los Derechos Humanos, se gripa el motor de la solidaridad y de empatía hacia quien sufre persecución y miseria. ¿Dónde queda la generosidad y la salvaguarda del humanismo que inspiró el proyecto europeo?
Son valores que deberían estar en el frontispicio del proyecto europeo y que impulsaron el esfuerzo de los creadores de Europa hace ya 64 años. Sin embargo, y ante el obsceno ejercicio de cicatería social al que estamos asistiendo por parte de los dirigentes europeos, cabe preguntarse dónde queda el proyecto de paz, de anclaje de la política en torno a los derechos fundamentales que representó nuestra Unión Europea.
Como europeos no podemos mirar a otro lado. No podemos permanecer ajenos a este drama humano, no podemos asistir impasibles ante esta ausencia de principios éticos mínimos que representa cosificar como mercancía a cada una de estas personas y familias que huyen buscando asilo y refugio, mientras desde nuestra Europa debatimos en torno a ellos hablando de cuotas como si estuviésemos en el seno de la PAC (política agrícola común).
La solución no pasa por elevar muros y vallas metálicas cada vez más altas, muros infames del silencio que se alzan, aparentemente poderosos pero en realidad débiles e ingratos entre mundos y sociedades cada vez más distantes y alejadas de la necesaria convivencia en paz. Hablamos de tolerancia y de diálogo intercultural, y sin embargo se levantan nuevas murallas que separan más de lo que supuestamente protegen.
¿Cuándo adoptará el Consejo Europeo una decisión sobre la migración y asumirá su responsabilidad? Debemos remover nuestras conciencias y ser capaces entre todos de dar una respuesta cívica, solidaria y humanista a esta grave situación, un terrible exponente de un problema que nos concierne e interpela a todos.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha instado a los Estados miembros de la UE a que adopten nuevas sanciones contra Minsk, recordando que "la instrumentalización de los migrantes con fines políticos es inaceptable".
Pero lo cierto es que, aparte de estas tibias reprimendas dialécticas y amenazas de sanciones que se suman a las que ya no surtieron efecto alguno en el pasado, Europa demuestra una vez más que no está preparada para afrontar una llegada -relativamente pequeña- de migrantes a sus puertas, ni un intento inhumano de chantaje como el actual. A falta de una política europea común de asilo e inmigración, el espectro de una nueva crisis migratoria basta para desestabilizar a los países europeos, varios de los cuales piden la construcción de un muro en sus fronteras exteriores.
La pregunta final es obligada: ¿por qué Europa no reacciona con más firmeza ante el régimen de Lukashenko, por falta de poder diplomático o por ausencia de consenso entre los distintos Estados miembros respecto a cómo hacer frente a esta nueva crisis humanitaria en las fronteras de nuestra Europa?