a 40º edición del Congreso Federal del PSOE que se celebra este fin de semana en Valencia vuelve a poner de actualidad el recurrente e inagotado debate acerca del modelo territorial de distribución del poder político y el encaje en el mismo de las naciones que la propia Constitución reconoce (¿a qué otra realidad puede sino responder la expresa alusión en su texto a "nacionalidades" frente a regiones?).
Como si de un guadiana político se tratara, vuelve ahora a emerger dentro de la familia socialista el debate acerca de cuestiones como la plurinacionalidad, la llamada cogobernanza, el federalismo o el encaje "multinivel" de las autonomías. Y también, de la mano del PSOE andaluz, se retoma la recurrente alusión a los supuestos agravios y a la exigencia de igualdad de derechos entre todas las comunidades autónomas, reclamando que la profundización del autogobierno catalán o del vasco no genere "agravios comparativos" ni "más derechos políticos y económicos" respecto a otras autonomías.
Desde nuestra dimensión vasca pueden abrirse tres grandes binomios de reflexión en relación al futuro estatus político vasco: oportunidades y bases para el desarrollo del autogobierno (valoración del desarrollo del Estatuto de Gernika); en segundo lugar, el principio democrático y los mecanismos de profundización democrática (derecho a decidir, derecho de autodeterminación, legalidad y legitimidad, consulta-referéndum) y por último el concepto de soberanía y modelo territorial (necesidad o no de reforma constitucional, simetría-asimetría, derechos históricos, unilateralidad o bilateralidad).
El punto de partida y que permitiría alcanzar consensos de mínimos sería el reconocimiento de una auténtica democracia plurinacional. Los ejemplos, entre otros, de Canadá o Bélgica permiten a nivel comparado comprobar que esta fórmula garantiza un punto de encuentro en el que convivir, pese a los diferentes sentimientos nacionales y los distintos conceptos de soberanía que coexisten.
La acomodación política de las minorías nacionales dentro de un Estado puede asentarse de forma definitiva y estable a través del reconocimiento de una verdadera democracia plurinacional debe permitir superar el presupuesto del que parte la ideología que niega la existencia de naciones sin Estado, expresada a través del concepto de que entre el Estado y los ciudadanos no hay estructuras intermedias de poder y de representación como colectividad o como pueblo.
La política, la verdadera política la hacen las colectividades, no un mero factor de individualismo atomizado. Un Estado en el que conviven distintas naciones o nacionalidades con fuerte personalidad histórica, como la nuestra, no puede organizarse sobre la base del principio de unidad nacional, excluyente y exclusiva. ¿Por qué? Porque, como de hecho ocurre en las sucesivas políticas gubernamentales españolas, se acaba siempre otorgando un mayor protagonismo y una mayor relevancia a una de las naciones convivientes, la que coincide con la estructura administrativa estatal, generando así un agravio en el resto.
En efecto, numerosos modelos comparados como Canadá, Bélgica o Reino Unido demuestran que es posible convivir, respetar al diferente y mantenerse unidos en la diversidad. La renovación de conceptos, la superación de viejas realidades ha de ser la base a partir de la cual podrá emerger una nueva política.
Sólo el reconocimiento de la plurinacionalidad posibilitará que el sistema de distribución territorial del poder político en España deje de ser como un corcho que flota, no se hunde, pero que carece de rumbo y que mantiene enquistados y sin solución viejos problemas derivados de la ausencia de un encaje, de una acomodación política a realidades nacionales como la vasca o la catalana. ¿Por qué ha de considerarse inviable que bajo un todo organizado como Estado convivan realidades nacionales propias, singulares y no excluyentes?
Para muchos dirigentes políticos hablar de pluralismo religioso o de pluralismo cultural no plantea problema ideológico alguno; al contrario, se valora su reconocimiento y protección como prueba de una democracia moderna dinámica; ¿por qué esos mismos representantes de partidos fruncen el ceño y cierran filas en torno a la negación de otra dimensión de ese pluralismo, el nacional?
¿Por qué ha de considerarse inviable que bajo un Estado convivan realidades nacionales propias, singulares
y no excluyentes?