l tablero ha hecho ruido al moverse. Hay algo más que murmullos en los corrillos. El Gobierno se ha adentrado temerariamente en un laberinto eléctrico de imprevisibles consecuencias. Algunos socios empiezan a mosquearse con las intenciones reales de Pedro Sánchez, sin ir más lejos los propios ministros coaligados. El soniquete de la afrenta presupuestaria de Ayuso puede ser la puntilla para los socialistas en Madrid a caballo entre dos elecciones. El conejo de la chistera del PP con su inesperado afán negociador altera el paisanaje, sobre todo en la derecha, y alienta, siquiera durante un año, la añoranza del bipartidismo. Todo ello avivado por unas encuestas cada vez más apretadas entre bloques parejos, donde sigue reinando la sólida figura descollante de Yolanda Díaz. Hay lío. Sirva como tregua el Congreso del sanchismo en Valencia para mayor gloria de su incuestionable líder, más caudillo que nunca.
La izquierda siempre ha encontrado en el precio de la luz dinamita ideológica cuando no gobierna. Unidas Podemos cargaba contra Rajoy porque dejaba en la indigencia del bono social a millones de ciudadanos vulnerables. Hasta recibían la complicidad de estremecedoras imágenes de televisión. Ahora, con una tarifa tres veces más cara, con situaciones familiares mucho más lacerantes y sin cámaras que lo retraten, prefieren escudarse desde el Consejo de Ministros en la exclusiva culpabilidad del oligopolio eléctrico. Un discurso que siempre vende fácil a pie de calle y del que ha llegado a contagiarse el PSOE, quizás aturdido por la incapacidad de dar respuesta al alud de precios que le engulle y decepcionado por la ausencia de un amparo mínimamente sólido desde Bruselas. Pero ha tenido que sonar la alarma con la parada de producción de Sidenor y la advertencia del PNV para que Sánchez y la vicepresidenta Ribera entendieran el calado de su huida hacia adelante. Lo han hecho jugando con dos barajas. Es una treta que tiene fecha de caducidad y promete desilusiones.
En un contexto como el actual de fuerzas demasiado equilibradas entre los dos grandes frentes ideológicos, cualquier desgaste tiene un efecto demoledor. En el caso del conflicto energético, el riesgo de acabar abrasado es descomunal. A las empresas eléctricas no les preocupa en exceso porque tienen amortizada desde hace años el desafecto ciudadano. Los gobernantes, en cambio, tiemblan. Y la desbocada tarifa no tiene visos de contenerse para desesperación generalizada de una sociedad a las puertas de iniciar su proceso de recuperación sin virus.
No sería de extrañar que estos signos de preocupación social y económica empezaran a mover la suerte de las encuestas, donde ya no sobresale el PSOE con la holgura suficiente. Tampoco el PP ha hecho otro mérito que rentabilizar el pronosticado hundimiento de Ciudadanos para mejorar sus expectativas y, sin embargo, ahí está acariciando el poder porque dan por hecha la suma con Vox. En Génova creen que van por buen camino y de ahí que se vean fuertes para dar golpes de efecto como la negociación de algunos poderes del Estado, sin tocar para nada el Poder Judicial.
Ahora bien, para expectativas reales, las de Yolanda Díaz. Juega con el viento a favor de una proyección ganada a pulso por su solvencia. Cada paso de esta vicepresidenta, basta una declaración o tan solo unas sutiles insinuaciones sobre su futuro, despiertan olas de curiosidad mediática. Nadie se acordará de Pablo Iglesias en las urnas cuando su sustituta encabece una plataforma electoral sin ataduras con el pasado reciente, y a la que acudirán urgidos por su supervivencia política e institucional decenas de dirigentes del espectro morado. De su suerte dependerá la continuidad de la izquierda en el poder. Sánchez bien lo sabe y de ahí que proyecte intencionadamente una imagen de embelesamiento, que mantendrá hasta que le resulte rentable.
El presidente empieza a sentirse incómodo. Le contrarió la última advertencia de Aitor Esteban porque quedó al descubierto su debilidad y mucho menos la de Gabriel Rufián augurando un rotundo rechazo a los Presupuestos. No se trata de un farol de ERC. Los republicanos catalanes no entienden ahora mismo como una catástrofe la prórroga de las Cuentas porque dan por hecho que la coalición agotará la legislatura en cualquier caso. Ni siquiera creen que influiría en la mesa de diálogo. Lo reducen a una necesaria exhibición de la desconfianza que les sigue generando Sánchez. Eso sí, son conscientes de que esa sonora bofetada provocaría un auténtico lío.