ascal Bruckner escribió hace 25 años uno de los ensayos que describe nuestra sociedad de forma más aguda: La tentación de la inocencia. Este verano he topado con un nuevo libro suyo que parece especialmente dirigido a mi generación (Un Instante Eterno. La Filosofía de la Longevidad. Siruela, 2021). Desde sus setenta bien cumplidos Bruckner reflexiona sobre ese momento, por razones sociales y demográficas inédito en la historia hasta quizá mediados del siglo XX, en que los que han cumplido cincuenta años se encuentran con una oportunidad de empezar nuevas cosas, de emprender nuevas aventuras, de explorar nuevos caminos.
En tiempos de nuestros bisabuelos los cincuenta eran la antesala de la vejez, momento quizá para empezar a pensar en cerrar algunas carpetas y vestirse y proceder en consecuencia. Bruckner considera que en las últimas décadas los cincuenta se han convertido en el inicio del “veranillo de la vida”, ese soleado periodo lleno de oportunidades y promesas, “una moratoria entre la madurez y la vejez para reinventar una nueva forma de vida”, una “etapa intermedia en que no se es ni joven ni viejo. Habitada por una inagotable variedad de apetitos”.
La esperanza de vida se ha casi doblado desde 1.800 y ha aumentado un 50% desde 1.900. Aumenta cada año que pasa. Hemos ganado una generación nueva para cada vida. “¿Qué debemos hacer con estos 20 o 30 años más? Somos como soldados que estaban a punto de ser desmovilizados y que nos alistamos para otras batallas”. Somos “viejos estudiantes de la escuela de la existencia y muchos caminos interesantes quedan por explorar”.
Con regusto unamuniano nos recuerda que “la vida se construye sobre el rechazo o la exclusión de otros proyectos. La tentación es grande de querer ahora alcanzar estas posibilidades abandonadas para darles nueva vida y crecimiento”.
Bruckner se atreve con los temas más espinosos, desde los males de la jubilación hasta el ridículo de los viejos que se disfrazan de jóvenes, desde la nobleza de las pasiones maduras hasta la educación de nuestros hijos. Siempre con su característico estilo aforístico, un tanto sentencioso, como de obra que no puede leerse sin lápiz en la mano presta a subrayar, inconfundiblemente francés.
Este ensayo nos recuerda la oportunidad siempre abierta de hacer nuevas cosas, de aprender a cualquier edad y de darse con generosidad. La vida es tanto un regalo como una deuda, concluye nuestro autor. Una deuda que debemos pagar cuidando a quienes nos preceden y a quienes nos suceden. Y un regalo que debemos cada mañana agradecer.
Coincide esta traducción de Bruckner en Siruela con la publicación en Francia -creo que aún no traducida- de una obra que puede leerse como un epílogo escrito desde otra generación que mira con 30 años más. Edgar Morin escribe desde sus ubérrimos 100 años (Leçons d’un siècle de vie. Denoël, 2021). Su libro es un canto a la vida intensa, compleja y arriesgada, en que pasa por distintas etapas: del pacifismo a la resistencia, del comunismo al humanismo universalista y ecologista, reconociéndose en cada paso y reconstruyendo su identidad múltiple, huyendo siempre de la crueldad, abrazando la compasión y la empatía. Una vida que llega hasta estos días en que “la COVID nos recuerda que vivimos una aventura, una aventura en lo desconocido, la aventura inaudita de la especia humana”.
Uno no tiene porqué comulgar con todas las ideas de Morin para degustar sus lecciones sabias sobre la historia y la política, sobre qué significa vivir poéticamente o sobre cómo vivir en medio de lo complejo y de lo inesperado mientras intentamos comprenderlo escapando de las camisas de fuerza de las ideologías, los dogmas de cualquier tipo, los simplismos y los prejuicios. “Mi última lección, fruto del conjunto de todas mis experiencias, está en ese círculo virtuoso donde cooperan la razón abierta y la bondad amable y amorosa”. No es mala forma de concluir.
A Joaquín Okiñena, por su 85 cumpleaños