rometía ser un verano apacible. Propio de alpargatas. Como mucho, la pesadilla de la factura eléctrica. Pero siempre puedes jugar al despiste mediático engordando esa pelea insustancial sobre una empresa pública inviable a corto plazo o dar aire al amago de ponérselas tiesas con Iberdrola que siempre luce advertir al poderoso. Pero, de repente, Marlaska la lía en Ceuta, la vacunación no llega al 70% prometido, Biden se rinde inesperadamente ante los talibanes, alrededor de 500 españoles aguardan atemorizados en Kabul a su suerte incierta y tú, Pedro Sánchez, despachas esta cadena de inesperados incendios con un único tuit. Consciente de que esta paupérrima reacción solo había servido para echar gasolina, y quizá por el relajo mental propio del momento de ocio, ni piensa en moverse de Lanzarote, a apenas dos horas de La Moncloa en avión. Para entonces, los principales líderes europeos ya analizaban desde sus despachos oficiales el desastre de Afganistán. Y Pablo Casado se sigue frotando las manos ante tanto desliz.
Sin Iván Redondo moviendo las bambalinas, la consistencia del presidente queda al desnudo a las primeras de cambio. Esta sorprendente falta de reflejos, impropia siquiera de un estadista en formación, alienta la ofensiva otoñal de una oposición cada día más envalentonada. Por encima, aunque también, de la dañina anécdota del desafortunado calzado estival de Sánchez para hablar con sus ministros -imposible que el anterior camarlengo hubiera autorizado la distribución de esta fotografía-, el desafecto inicial hacia la crisis geoestratégica afgana lo erosiona a las puertas del nuevo curso. Paradójicamente, en esta absurda política líquida que vive de los gestos y de las redes, un adalid como él de los certeros golpes de efecto ante los escenarios comprometidos ha desbarrado por inanición. Ya se equivocó eludiendo con un hierático desprecio las preguntas sobre el desbocado precio de la luz que agobia a millones de familias y empresas. Un desafecto que le retrata porque la clase media todavía sigue mucho más preocupada por el gasto de su factura eléctrica que por el liderazgo de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, mucho más difícil es justificar que no se le ocurriera -ni a él ni a su pléyade de asesores- reunir de urgencia a un gabinete de crisis cuando todas las televisiones del mundo abrían sus informativos con el gran fiasco de Occidente. Sin ayuda de nadie, él solo se ha metido en un buen charco.
También el ministro del Interior ha puesto mucho de su parte, otra vez, para que las llamas partidistas se sigan extendiendo con voracidad. Es un auténtico maestro granjeándose enemigos, aunque tampoco parece importarle demasiado. Ahora bien, en este caso de las polémicas repatriaciones de menores en la frontera marroquí, la derecha y sus derivados se han tapado, posiblemente porque en su fuero interno saben que hubieran hecho lo mismo. De hecho, el veterano presidente ceutí (PP) ha comprendido perfectamente a Marlaska y mucho menos al Defensor del Pueblo. Unidas Podemos, no. Se trataba de una ocasión pintiparada para que Ione Belarra asomara la cabeza. Lo ha hecho como era de esperar y con la hábil contundencia para marcar distancias entre esas dos almas del gobierno ya conocidas y, de paso, reforzar su perfil ante la imparable ascendencia de Yolanda Díaz, diana de interés en cada paso que da. Hablamos de dos magnitudes políticas bien distintas. La comparación entre ambas no existe desde la perspectiva de la futura suerte electoral porque resulta a todas luces desproporcionada a favor de la vicepresidenta.
Así las cosas, tampoco en agosto hay espacio para la calma por culpas propias y exógenas. Un mal precedente para encarar el último cuatrimestre del año.
Ahí quedan, por ejemplo, las lágrimas de la desconsolada Ada Colau, sufriendo en carne propia el cruel significado del repudio político y personal propio de los intolerantes y que tantas cicatrices ha ido dejando dentro y, sobre todo, fuera de Catalunya. Una patética escena que no pasará desapercibida para el imaginario de los dirigentes de ERC cuando les asome la duda sobre el camino a seguir para salir del bucle. La imagen de Jordi Cuixart tratando de calmar sin mucho éxito las iras de quienes tanto conoce lleva incorporado el mensaje. El incendio en este territorio sigue descontrolado. Nadie sabe a ciencia cierta cómo sofocarlo ni tampoco por dónde pueden brotar nuevos focos. ¿Quién iba a pensar, por ejemplo, que el mayor Josep Lluís Trapero iba a ir de visita a La Zarzuela?