engo una criatura que compite por todo. Y esta característica aumenta de forma inversamente proporcional al caso que le hace su hermana cada vez que sale pitando para llegar la primera a cualquier sitio. Esto es, nada. Así es, amigas. Crecieron juntas en mi barriga pero son como el sol y la luna. La una siempre quiere estar subida en el podio más alto y a la otra se la trae literalmente al pairo. Y que nadie sufra por esta falta de empatía fraternal porque puede que nuestra pequeña lehiakide no tenga mucho foro en el entorno familiar. Pero fuera de él, a diario, escucha la canción de que ganar mola y mucho. Esa en la que la manida frase de que lo que importa es participar se dice con la boca bien pequeña y apenas sirve para consolar a la perdedora, que sólo es eso: una perdedora. Una canción que habla de niñas ganadoras, campeonas, txapeldunas, que sean lo que quieran ser, siempre y cuando esté dentro de unas profesiones muy concretas. Un hit que les repite que la ambición les llevará lejos. Un temazo que les insta a que aprendan mucho, cada vez desde más pequeñas, inglés, programación, piano, nuevas tecnologías. Una canción que les machaca para que sean niñas listas, espabiladas, las primeras, las que lo dan todo, las que serán “algo” en la vida. Que corran mucho, que salten muy alto, que lleguen rápido, que miren lejos. Así que con este hilo musical es difícil que mis criaturas no acaben siendo carne de cañón. Por nuestra parte, no damos por perdido el afán por mantenernos en la resistencia de la competición. Por celebrar las victorias y las pérdidas, por disfrutar el juego más allá de la clasificación. Por ofrecer opciones y tiempo para llevarlas a cabo. En definitiva, por respetar sus vidas y sus caminos. E intentamos dejar nuestras expectativas (que las tenemos, porque también hemos crecido en este mundo) en un segundo plano con la esperanza de, como en tantas otras cosas, sembrar una semilla en sus autoestimas.
- Multimedia
- Servicios
- Participación