finales de marzo, la ciudad de Palma, en el norte de Mozambique, fue asaltada por guerrilleros armados que mataron cerca de 20 personas (según la prensa local) y acentuaron el éxodo de habitantes de la provincia sureña de Cabo Delgado, la más pobre del país pese a los enormes recursos naturales que hay en su subsuelo.
Si los datos que circulan sobre el número de víctimas y asaltantes son confusos, los facilitados por las autoridades y el Estado Islámico (ES) -quien reclama la autoría- lo son aún más. Y a todo esto, el auténtico protagonista del terrorismo en Cabo Delgado no es ni ES ni la milicia, sino una organización local -Ahlu Sunna was Jamal (ASwJ), nombre que significa La juventud- de la que se sabe que ha tenido tan solo contactos de poca monta con la sección somalí de Al Qaeda.
Este aislamiento del terrorismo local es lógico, dada la extrema pobreza de Cabo Delgado, la provincia más atrasada de un país depauperado (el PIB per cápita de los 28 millones de habitantes mozambiqueños es de 1.520 dólares). Ha sido esa pobreza la que dio pie en el 2007 al nacimiento del ASwJ, en aquél entonces aún como secta religiosa musulmana alimentada principalmente por jóvenes de la pequeña burguesía, y su transformación en guerrilla en el 2017. Y ha sido también la pobreza la que ha determinado que en los últimos tres años cerca de 700.000 personas hayan huido de Cabo Delgado (la mayoría, a Tanzania), aduciendo miedo a la inseguridad pública, pero en realidad, buscando un mejor panllevar.
Si de las miserias y terrores de Cabo Delgado no se ha hablado nunca hasta ahora fuera de África, parece sorprendente el enrome eco que ha tenido ahora el atentado de Palma.
Pero la sorpresa se desvanece si se recuerda que entre los muchos recursos naturales de Cabo Delgado figura una de las mayores bolsas de gas natural el Continente y de que se ha puesto en marcha su explotación por un consorcio internacional, liderado por la empresa francesa Total. El proyecto tiene un presupuesto aproximado de 20.000 millones de dólares -de llevarse a cabo, sería el mayor del Continente Negro en más de un siglo- y la riqueza que puede generar apetece tanto al Estado mozambiqueño y los grandes consorcios internacionales, como a las organizaciones terroristas y paramilitares que ven en la debilidad del Gobierno mozambiqueño su gran oportunidad€ Algo así como hacer de Cabo Delgado una segunda Libia, pero mucho más cercana a los mercados asiáticos.