o es que sea la confusión de confusiones, pero la política sanitaria de la Unión Europea (UE) en la actual pandemia parece "conscientemente confusa" para no decir, parodiando la Biblia, que es un empeño de no ver la viga en el propio ojo.
Porque la historia del descubrimiento y fabricación de las nuevas vacunas apesta a confusión y consecuente indecisión. En resumidas cuentas, la UE financió generosamente a unas cuantas empresas farmacéuticas (entre ellas, Pfizer/Biontech y AstraZeneca) para que encontrasen y fabricasen cuanto antes una vacuna contra el virus que nos azota. Pero cuando Pfizer, primero, y AstraZeneca después, anunciaron que lo habían logrado, los asesores científicos de la Comisión bruselense dieron un vistobueno condicionado a los nuevos fármacos - tan condicionados que la autorización oficial europea para la vacuna de AstraZeneca apena se dio el pasado viernes, 29 de enero - y los dirigentes comunitarios trataron de nadar y guardar la ropa.
Así, firmaron enseguida un contrato de compra con Pfizer y mucho más tarde agosto del 2020 con AstraZeneca para el suministro de millones de dosis, además de precontratos con otras firmas. AstraZeneca (empresa creada en 1999 por la fusión de la sueca Astra y la británica Zeneca) está especializada ante todo en la producción de medicamentos para la oncología y asumió la fabricación industrial de una vacuna elaborada principalmente por los investigadores de la Universidad de Oxford. Es decir que la farmacéutica anglosueca se metía en tierras incógnitas para ella y lo hizo con mucha cautela, encargando gran parte de la producción a empresas subcontratadas en Gran Bretaña y el resto del mundo. Con ello arriesgaba menos capital propio, pero perdía control directo sobre la fabricación. La mayor parte de los 80 millones de dosis de la vacuna que ha de entregar a la UE en el primer trimestre del año en curso la fábrica una empresa belga (también Pfizer deja producir en Bélgica buena parte de los pedidos europeos).
Pero el hombre propone y las bacterias disponen. Tradicionalmente, las vacunas se elaboran a base de virus y bacterias modificados, tratados en grandes tanques de 1.000 a 2.000 litros. Parece un proceso industrial, pero son reacciones de seres vivos y bastantes veces los resultados reales distan mucho de las previsiones teóricas. Es lo que ha sucedido ahora en las plantas belgas tanto de AstraZeneca como de Pfizer, según las respectivas casas matrices.
Es muy probable que sea así, pero los políticos comunitarios tienen sus sospechas€ y un eventual chivo expiatorio. Sobre todo, en el caso de AstraZeneca, que ha declarado que los 2/3 de su producción de la vacuna irán al tercer mundo y que toda la producción destinada a esta pandemia se venderá a precio de coste (en torno a los 3 o 4 $ la dosis; posteriormente, los precios de venta serán otros). Los dirigentes comunitarios temen, además, que al actual desinterés económico de AstraZeneca por la producción de la vacuna se sume un larvado antieuropeísmo británico; algo así como una réplica farmacéutica del brexit. Y también con restringir las exportaciones comunitarias de fármacos y vacunas.
Y es que sin esta carga subconsciente de sospechas no se entiende la diferencia de trato dado por Bruselas a Pfizer, que también se retrasa en sus suministros a la UE, y AstraZeneca.