odos tenemos opiniones para todo, aunque no todo sea opinable. La opinión es subjetiva y cada cual tiene la suya, o debería. Es difícil pedir que estén fundadas y sean meditadas, pero por eso mismo valen por lo que son: opiniones. Cualquiera puede decir si una película, un cuadro o una novela le gustan o no. Eso es libre. La cuestión es que más allá de gustos, para afirmar de la misma obra si es buena o mala ya no vale cualquiera. Eso es un juicio de valor para el que es necesario contar con los oportunos conocimientos sobre la materia de la que se habla.

Con la ciencia pasa igual. Es una cosa de la que nos aprovechamos todos, aunque muchos no la entendamos y aunque no sea ciencia todo lo que reluce, y de lo uno y lo otro estamos viendo mucho en estos tiempos de zozobra. Pasando por encima del conocimiento acumulado durante generaciones y del que atesoran aquellos que dedicaron y dedican años enteros de su vida al estudio y la investigación, los que estuvimos de fiestas mientras ellos estudiaban opinamos con autoridad y valentía sobre cuestiones de las que no tenemos la más remota idea. Apoyados en la barra del bar pontificamos como si estuviésemos en el aula magna de Oxford, y cuando nos contradicen con datos llamamos al experto mentiroso o manipulador.

En el periodismo amarillo se decía aquello de "que la realidad no te arruine un buen titular". Pues en muchas de las conversaciones que se oyen estos días por ahí se podría adaptar la frase y decir que hay mucha gente que detesta y se resiste a que los datos le arruinen su opinión, y así es difícil avanzar. Vivimos nuestras mentiras como verdades absolutas y las verdades objetivas no sólo no nos disuaden, sino que nos reafirman. Si la ignorancia siempre fue atrevida hoy es también orgullosa, y tiene mal arreglo, porque el silencio la envalentona y la respuesta la refuerza.