e interesa mucho el valor de la confianza como virtud pública. Allí donde un número importante de personas sienten que se pueden fiar unas de las otras -y allí donde esa confianza sea respetada con razonable frecuencia- se gana bienestar y prosperidad. Donde hay confianza puede desarrollarse mejor la democracia. La administración funciona mejor y se liberan mayores energías hacia el desarrollo personal y colectivo, desplegando sin ataduras innecesarias los talentos de cada cual.
Donde no hay confianza -o no se dan las condiciones para que la haya- nos empequeñecemos y empobrecemos. Si no abrimos nuestras puertas a las oportunidades y no salimos a la plaza, no aprendemos y no nos daremos la oportunidad de crecer juntos. Si no arriesgamos, no crecemos.
Según el Banco Mundial, en los países donde hay baja confianza en sus instituciones -o estas no son fiables- el desarrollo económico se estanca. Pero esta institución ha estudiado mucho menos la importancia de la confianza entre las personas y en las relaciones sociales.
Por eso me he interesado mucho la publicación esta semana de un estudio del PEW Research Center donde preguntan en 14 países de alto nivel de desarrollo humano por la confianza que tenemos en otras personas (nuestro vecino, nuestra colega de trabajo, el panadero, la directora de nuestra sucursal bancaria, la taxista o el cajero del supermercado). En Europa son los ciudadanos de Dinamarca, Holanda y Suecia quienes más confían, mientras que los de España, Francia e Italia los que menos. Los canadienses confían más que los estadounidenses y estos más que la media europea. Y en oriente los australianos y los japoneses confían más que los europeos.
Para el caso de los EE.UU., el estudio ha concluido que a mayor confianza social, se da mayor confianza en las instituciones, mayor participación ciudadana y menos sentimientos personales negativos -incluso menciona menores índices de depresión y ansiedad-. Alguien me podría decir que no confía en los demás porque su entorno no es de fiar. Puede ser. Es cierto que la confianza social debe ser en su conjunto el resultado de una sociedad fiable, sin duda, lo contrario sería ser estúpido, pero lo curioso es que a la inversa la afirmación funciona: esta sociedad fiable -y las instituciones fiables- son también resultado de la confianza. La confianza es al tiempo el efecto y la causa de una buena sociedad. La confianza es una tupida red de expectativas que se entrelazan.
Este estudio concluye que al interior de cada país cuanto mayor es la edad, cuanto mayor es el nivel educativo y cuanto mayores son los ingresos, mayor es la confianza social. Esa triple coincidencia se repite sin fallo en los 14 países estudiados. Les dejo el dato por si quieren rumiarlo.
Cruzo los datos de confianza y los de la ayuda oficial al desarrollo. Dentro de cada región se repite que cuanto más confían entre sí los ciudadanos de un país para sus cosas cotidianas, más contribuye el estado a la cooperación exterior. Los 9 países europeos estudiados casi clavan el orden en ambos listados. En los casos americanos y asiáticos coinciden.
El estudio informa de que los votantes de partidos populistas de extrema derecha son, ¡oh, sorpresa!, más propensos a desconfiar de su vecino, a creer que les están haciendo trampas, que les quieren engañar o robar o constreñir sus libertades o que de alguna forma no les respetan.
Quien desconfía cree que un modelo de tipo listo y admirable es el que no se pone la vacuna hasta que todos estén ya vacunados o el que presume de que se va a saltar las normas estas navidades. El prestigio social del listillo tal vez pueda decirnos algo sobre el nivel político, cultural y económico de un país.
Fiarse mejor y ser más fiables bien podría constituir una tarea ciudadana.