n campo de concentración puede aparentar ser un valle idílico, una playa paradisíaca o una ciudad amable. En buena medida, el sistema vigente nos aloja a los privilegiados ciudadanos del llamado Primer Mundo en escenarios cómodos, mientras nos rodea de imágenes digeribles para cualquier estómago. La televisión, las redes sociales y el cine especialmente, se han especializado en instalar en nuestras conciencias fotografías edulcoradas que nos hacen creer que la realidad es más cálida de lo que resulta ser.
A Horacio le aborda esta idea mientras recorre un Casco Viejo de Gasteiz transformado en paisaje fantasmagórico al anochecher, como si de pronto se hubiera desprendido el velo del ambiente y la algarabía nocturna para transformarse en un decorado. Y lo cierto es que recorrerlo así, libre de gentío, es una experiencia estética alucinante en donde estalla toda la belleza medieval de la Almendra... pero la vida reside en las personas, y sobre todo, en las personas socializadas.
Ahora que el debate se sitúa en la Navidad con sus reuniones y desplazamientos, Horacio se revuelve una vez más contra los mojigatos de las putas tradiciones, las nostalgias impostadas y la alegría al por mayor. Pero debe reconocer que, sin desterrar cautelas razonables, la vida social no se puede cercenar con un decreto gubernativo. De hecho está hasta los cojones de la absurda prohibición de correr o andar en bici sin mascarilla o del deporte escolar, observando a la educación física como algo prescindible, cuando se trata de una actividad capital para la salud del cuerpo y la mente.
Y rozarse y restregarse con la gente querida es un placer indescriptible, bien sea en una cena navideña o en el bar de la esquina con una birra entre las manos. Lo más positivo para Horacio es que se hayan clausurado insufribles cabalgatas y desfiles callejeros.