a historia política de Etiopía -el segundo país más poblado de África, con sus 115 millones de habitantes- parece la versión africana de Caín y Abel : desde el legendario emperador Menelik I, coetáneo del rey Salomón, las dos etnias principales del país, amhara y oromo, se han combatido constantemente, siendo casi siempre los oromo los perdedores habituales. Lo que no es bíblico es que ahora en vez de matanza fratricida se está en un tris de fragmentación estatal.
En realidad, en este país del Cuerno de África todo el mundo ha luchado siempre contra todo el mundo, sin olvidar los episodios de sometimiento a potencias extranjeras; la última fue la de la Italia de Mussolini. Solo en el 2018, cuando fue elegido presidente Abiy Ahmed, surgió un rayo de esperanza. El nuevo mandatario hizo la paz con Eritrea, sacó de las cárceles a los presos políticos y emprendió una fuerte campaña contra la corrupción.
Pero Ahmed tuvo más idealismo que poder. Si trajo la paz y mucha libertad cívica, no pudo imponerse ni a los egoísmos y ambiciones personales ni mucho menos, al tribalismo que ha asolado el territorio desde siempre. Al poco tiempo de su toma de posesión, el poder real de la Administración Federal acabó siendo menor que el de los Estados federados.
Para más inri, esta debilidad no es culpa de Ahmed sino que es fruto de la reforma constitucional de 1994 promulgada por el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), partido surgido tras el derrocamiento (1991) del régimen comunista de Mengistu. En aquella reforma no sólo se estructuraba el federalismo etíope en 9 Estados definidos étnicamente, sino que se dejaba abierta la posibilidad -artículo 39 de la Constitución- de que esos Estados obtuviesen la independencia.
Y eso es lo que está a punto de suceder ahora con el Estado de Tigre. Muy a lo etíope, las razones de ese secesionismo son muchísimo más las ambiciones de unos políticos que los intereses materiales del pueblo tigre. Porque si es cierto que ya en 1976 hubo pasajeramente una nación independiente de Tigre, económicamente un Estado independiente de Tigre no sería viable hoy en día sin la anexión de territorios vecinos que le abran una vía al mar y armonicen y optimicen los recursos propios.
En estos momentos la situación es sumamente tensa porque el desafió secesionista de Tigre coincide casi con el del general amhara Asaminev Tsige, que este mismo año intentó independizar a los amhara del poder central de Adís Abeba.
En resumen : la integridad política de Etiopía aún existe, pero su fragilidad es tal que de no surgir una personalidad o un acontecimiento providencial, esa gran nación del Cuerno de África se irá irremisiblemente al cuerno.