n plena Transición, cuando los zascas aún no eran virales, dicen que el entonces presidente Suárez intentó ridiculizar la lengua vasca poniendo en cuestión su utilidad para la vida moderna. Un jovenzuelo de nombre Etxenike se vio obligado a salir al paso con un irrebatible argumento. Para dar clases de Física Cuántica en euskera solo hacían falta dos sencillos requisitos: saber de Física Cuántica y saber euskera.
Ha llovido mucho desde entonces. El euskera, recluido durante años al ámbito doméstico y rural, ha salido del armario del ostracismo para conquistar dominios entonces impensables como la academia, las instituciones o la empresa. Y, sin embargo, la reivindicación de su espacio sigue siendo necesaria.
Aunque la mitad de los alaveses sean capaces hoy en día de comunicarse en euskera, la lengua sigue padeciendo los males endémicos de cualquier idioma minorizado. Incluida la eterna cruzada por la "lengua común que nos une" que utiliza un rico y hermoso idioma como estandarte de un empobrecedor monolingüismo.
Por eso siguen siendo imprescindibles en pleno siglo XXI las iniciativas para recuperar y poner en valor el euskera. No como nostálgica reminiscencia de un pasado romántico, sino como expresión de una riqueza cultural que mira al futuro.
Este viernes arranca la segunda edición de Euskaraldia, un ejercicio de militancia colectiva que tratará de cambiar los hábitos lingüísticos para que, durante dos semanas, el euskera sea nuestra lengua vehicular. Llega en un momento delicado para todos, incluidas las lenguas minorizadas, en las que la muerte de la vida social pone más trabas a la comunicación. Pero, contra viento y marea, ya están listos todos los ahobizi, belarriprest y arigune, que afilan sus lenguas para proclamar a los cuatro vientos que el euskera está más vivo que nunca.