on la necesidad perentoria que tenemos de echarnos al coleto medio gramo de esperanza, no quisiera ser yo quien viniera a pinchar el globo. Sin embargo, creo que haríamos bien en moderar las expectativas sobre la vacuna de Pfizer. Indudablemente, es fantástico todo lo que se nos ha contado sobre ella, pero en este instante es uno entre cientos de pájaros volando. Hay como dos docenas de circunstancias que podrían chafar el invento. E incluso aunque no se dieran tales vicisitudes -la enésima mutación indetectable del bicho mamón, por ejemplo- y los plazos se cumplieran, nada nos garantiza que el par de pinchacitos vayan a hacer que en la próxima primavera volvamos a nuestra vida anterior.
En resumen, que debemos vacunarnos también, por si acaso, contra el exceso de entusiasmo y de confianza. Lo vivido hasta ahora nos demuestra que en eso sí andamos fatal de anticuerpos. Esta segunda ola que nos está azotando es, en buena parte, hija de la facilidad para despreocuparnos y venirnos arriba. Bravo, pues, por lo que pueda ser que nos depare el futuro, pero vendamos la piel del oso solo cuando tengamos la certeza de haberlo cazado. Tiempo habrá de disfrutar la victoria como se merece y con quienes nos merecemos. Hasta ese día ojalá no muy lejano, hagamos acopio de prudencia y de paciencia, por favor.