uerido coronavirus: Todavía no nos conocemos y, para serte sincera, espero que no lo hagamos nunca. Has de saber que me caes francamente mal. No es nada personal, no te lo tomes a mal. Pero es que detrás de ese nombre de cooperativa vitivinícola moderna te escondes tú, que pareces uno de esos antagonistas de cómic, que estabas muy lejos y que en apenas un mes nos estás imponiendo un panorama que no sabemos por dónde coger. Y la culpa es nuestra, nuestra de nosotros, que nos pensamos que todo es jauja y que, pese a todas las advertencias que nos llegan de los expertos, pese a que mis tres niños y todos los demás llevan en casa una semana y pese a que a nosotros ya nos han ofrecido evitar la oficina, seguimos viéndonos en los bares para ponerte verde. Y conste que te habla una madre a la que se le caduca el Dalsy y a cuyos hijos el pediatra hace años que no ve. Pero te confieso que has conseguido acojonarme. No veo a mis padres ni a mi suegra desde hace días, porque no va a pasar nada, pero nunca se sabe. No invitamos a los primos a casa. No quedamos con los amigos. Desde hace días el móvil, que tanto intentamos evitar con los txikis, es nuestra única forma de comunicarnos. ¿Exagerados? Ni idea, quiero pensar que más bien responsables. Lo más gracioso del asunto es que, como en toda buena peli en la que los buenos no son del todo buenos ni los malos malos de verdad, resulta que ahora todos somos la clave para acabar contigo. Dice la filósofa Francesca Morelli que tú nos va a enseñar el concepto de corresponsabilidad a golpe de contagio: sentir que de nuestras acciones depende la suerte de los que nos rodean y que nosotros dependemos de ellos. ¿Cuánto crees que vamos a tardar en aprender? En el fondo, va a ser que al final vamos a tener que estarte agradecidos. Estamos los cinco juntos en casa y eso a veces no pasa ni en vacaciones.
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