Cuando publicamos algo en una red social, cuando comentamos algo o mandamos un mensaje, eso que ya está online puede quedarse para siempre en internet. Da lo mismo que sea una publicación en una red social en la que tenemos los ajustes de privacidad establecidos, o sea en una cuenta pública que todo el mundo puede ver, o mandemos algo a través de un mensaje directo. No importa, se puede quedar para siempre. Alguien puede ver la publicación y compartirla, compartir un mensaje o hacerle una captura de pantalla.
Esa perpetuidad es algo sobre lo que muy poca gente reflexiona antes de mandar algo a internet. Internet y las redes sociales son nuestra presentación al mundo, la forma en la que los demás nos van a conocer. Al mismo tiempo, las redes sociales son lugares en los que a cada segundo realizamos juicios sobre los vídeos, las imágenes o textos que vemos, y lo hacemos sin contexto, sin saber cómo es la persona que lo ha publicado ni por qué lo ha hecho. Es más, nos hacemos una idea de cómo es en función de lo que ha publicado.
En el mundo físico, ¿nos comportaríamos de la misma forma, diríamos lo mismo, usaríamos las mismas expresiones si supiésemos que todo lo que decimos y hacemos puede ser escuchado y visto por miles de personas? Pues eso son las redes sociales, conversaciones y comportamientos en presencia de miles de personas que se van creando una idea sobre nosotros según lo que van viendo. Todo lo que publicamos va creando una identidad digital y una reputación digital.
El problema es que cuando publicamos algo solo tenemos en cuenta cómo queremos que nos perciban los destinatarios directos de esas declaraciones, pero nos olvidamos de las miles de personas que también pueden ver lo que estamos haciendo, y que igualmente se están construyendo una imagen sobre nosotros en base a esas declaraciones. Y esos miles de ojos deseosos de juzgar lo que ven no tienen un contexto, un conocimiento previo sobre quiénes somos y por qué estamos publicando eso en ese momento.
Entre esos miles de ojos que todo lo ven se encuentran posibles o futuros amigos, parejas, empresas en las que podemos trabajar€ que se están formando una imagen sobre nosotros a través de lo que ven en internet o a través de lo que vayan a buscar antes de conocernos. Publicar cosas en redes sociales o mandar mensajes directos sin tener en cuenta que muchas más personas de las que imaginamos pueden tener acceso, es ser un poco inocentes, además de una forma inconsciente de usar las redes sociales.
Si alguien quiere puede publicar en Facebook, Instagram, Twitter€ las imágenes del descontrol de la fiesta de ayer para que sus personas más conocidas las vean, faltaría más, pero tienen que tener en cuenta que esas imágenes las verán más personas; puede que ahora no, pero sí en el futuro. Si alguien publica las fotos de sus hijos en redes sociales tiene que ser consciente de que muchas más personas de las que piensa van a poder ver esas imágenes o vídeos, descargarlos y hacer quién sabe qué con ese material. Si alguien se enfada y vuelca su cabreo en internet, o a través de un mensaje de Whatsapp, debe tener claro que la percepción que internet genera es de perpetuidad.
Nunca pensamos que eso que vemos publicado, bien sea una imagen de vacaciones en un lugar paradisíaco o unas expresiones fruto de la desesperación, son un momento puntual en la vida de alguien. Tendemos a creer que lo que vemos siempre es así, que esa persona que publica un post feliz siempre está feliz, que la que publica una foto de su cuerpazo siempre está en forma, que si la publicación lo sugiere siempre tiene un estilo de vida elevado, o que siempre está enfadada o no tiene modales si lo que ha publicado no es muy adecuado o podría haberse expresado de otra forma.
Todo lo que escribimos, todo lo que publicamos, va a tener un impacto en nuestro futuro de una u otra forma. Es muy importante asumirlo y elegir el tono de nuestras publicaciones y mensajes directos siempre, sin excepción.