Si buscan en Google noticias sobre el despliegue de fibra óptica en Europa, rápidamente verán que España sale muy destacada en comparación con otros países europeos. Existen mejores conexiones, por lo que en teoría tendremos más opciones de hacer cosas desde la distancia. Podríamos entender que las autopistas de datos sobre fibra óptica aportan al usuario una gran velocidad así como las ventajas de disponer de banda ancha estable para la navegación. Puede que estéis entendiendo esto como una ventaja para poder disfrutar mejor del visionado de películas y series en streaming. Otros, otras, lo estaréis o estaremos interpretando como una ventaja que tenemos para implantar el teletrabajo en zonas más allá de los núcleos urbanos.
Hagamos una segunda búsqueda en Google: la posición que ocupa España a nivel de teletrabajo. Las noticias ya no son tan positivas. En 2018, España, con un 7,5% de teletrabajo, ocupó la posición número 21 entre 29 países europeos. Los del norte, los sospechosos habituales, con un 30%, ocupaban los primeros puestos. Es fácil pensar que estamos bastante lejos del potencial de teletrabajo que podríamos haber tenido como punto de partida antes de la pandemia. Durante la pandemia las cosas no han ido a mejor. Según un estudio de Morgan Stanley, España ha sido, entre los grandes países europeos, donde menos se ha incrementado el teletrabajo. Entre los cinco mayores, y concretando el estudio en los trabajadores de oficinas que pueden realizar sus tareas desde casa, la cifra se ha mantenido estable: solo un 15% del total que podrían trabajar desde casa (por no requerir particularidades de la presencia física) siguen teletrabajando. Tanto en marzo como en la actualidad.
¿Qué es lo que hace que en esto nos quedemos tan lejos? Un punto crítico es el tipo de teletrabajo. Existen fundamentalmente dos tipos: el permanente y el esporádico. Mientras que en Europa el teletrabajo esporádico está muy extendido (es decir, que existen fórmulas híbridas y flexibles), en España hay porcentajes parecidos de ambos tipos. En otras palabras: parece que la rigidez que tienen las empresas para ofrecer alternativas de mayor flexibilidad no facilita las cosas. Esta rigidez podría explicarse por muchos motivos. Empecemos por uno: la confianza. ¿Por qué no se confía más en aquel o aquella que esporádicamente esté en casa? (por ejemplo, las tardes de la semana o el viernes completo). No hablo de ir a extremos como los de las empresas norteamericanas. Aunque algunas métricas son útiles para controlar productividad, seguridad o absentismo, en ocasiones se traspasan ciertas líneas. Microsoft ha retirado la medición individual con nombres y apellidos en el Productivity Score de Microsoft 365 que indicaba el tiempo conectado o usando determinadas aplicaciones corporativas. Amazon ha dejado de seguir a los empleados por la Wi-Fi de sus móviles personales durante su horario laboral. Sin llegar a estos extremos, ¿de verdad no tenemos alguna manera de observar el desempeño continuado de los trabajadores en remoto? Un segundo factor es la capacitación. Saber manejar herramientas, hacerlo con fluidez y naturalidad y sacarle provecho para ser productivo para una organización no es algo que se consiga de la noche a la mañana. Para ello, se necesitan políticas de educación sólidas en el medio plazo. Y, en tercer lugar, tener competencias de comunicación en la distancia: la sincronía y asincronía y los tipos de mensaje es algo que echo mucho de menos en contextos de teletrabajo. Un correo electrónico bien redactado para el trabajo en equipo reporta muchas ventajas a nivel de productividad. ¿Y cómo se escribe? Quizás nunca nos lo hemos preguntado. ¿Por qué recurrir siempre a una llamada?
Es bien sabido que el teletrabajo tiene sus ventajas a nivel de conciliación laboral, medioambientalmente y económicamente. Más tiempo con la familia, menos tráfico rodado (muy habitual en España para ir al trabajo) y menos demanda de vivienda en las ciudades, son algunos de los efectos derivados. Hay que profundizar en el tema.