La formación académica de Jesús Valero es absolutamente científica: licenciado y doctor en Biología, es subdirector de Tecnalia, una agrupación de centros de investigación y desarrollo, y dentro de ella, director del área de Salud. Pero sus pasiones son como una sombra que se alarga a otros ámbitos, así que ha publicado la novela La luz invisible, una historia que se completará con dos volúmenes más y que arranca con el hallazgo de un misterioso y viejo manuscrito en una iglesia románica que habla de una misión y una reliquia. A Valero le gusta charlar de su libro, de su trabajo y de la importancia de la investigación relacionada con las empresas vascas.
¿Qué hace un biólogo escribiendo una novela con fondo histórico como La luz invisible
Mi carrera profesional tiene que ver con la ciencia y la tecnología, pero siempre he tenido dentro el gusanillo de escribir. De hecho, de niño quería ser escritor de mayor.
¿Y qué pasó con ese deseo infantil?
Que la vida te lleva por otros derroteros.
Derroteros más rentables, supongo.
Yo también lo supongo, pero tampoco lo sé con exactitud. La escritura no es mi dedicación profesional y no me he planteado vivir de ella, pero lo que sí he tenido siempre dentro ha sido el deseo de escribir y de cumplir ese sueño que tenía de niño.
¿Es fácil compaginar su trabajo en Tecnalia con la escritura?
No, no lo es. Yo dedico muchas horas a mi trabajo en Tecnalia, que es mi vida, mi pasión profesional, y la empresa en la que llevo trabajando 26 años. Estoy encantado allí, donde hay un grupo de profesionales espectacular. Todo esto significa que a veces escribo a las doce de la noche.
¿Cómo está Euskadi en cuestión de investigación?
Creo que podemos presumir, pero también hay que ser críticos. Estamos bastante bien y somos reconocidos fuera del País Vasco como la región más innovadora de todo el Estado.
¿Y es suficiente reconocimiento?
No nos podemos conformar con eso. Tenemos que mirar hacia el norte de Europa, tenemos que ver qué están haciendo los alemanes, los suecos, los daneses€ Es ahí donde nos queda camino por recorrer.
¿En qué líneas van las investigaciones en salud?
Trabajamos fundamentalmente en tres grandes ámbitos: en alimentación; en todo lo que tiene que ver con el sistema nervioso humano, qué es lo que tenemos que hacer para que se recuperen las personas después de un ictus u otras enfermedades; y también en todo lo relacionado con el biomaterial y la robótica, desarrollando nuevos dispositivos fundamentalmente.
Los investigadores vascos, y los españoles en general, suelen irse fuera para poder seguir trabajando.
El que se va fuera es aquel que se dedica a la investigación básica, el que necesita un nivel de publicaciones, el que busca conocer otras realidades. Nosotros somos un centro de investigación aplicada y eso nos pega mucho a la industria. Esto nos obliga a que conozcamos los problemas de la industria vasca y debemos ayudarle a desarrollar su futuro, sus productos.
¿Cómo está el desarrollo farmacéutico en Euskadi?
Tenemos una singularidad en Álava, donde hay un polo farmacéutico interesante, no tanto a nivel industrial, donde hay menos realidad, pero sí tenemos varios grupos trabajando en la UPV y en Tecnalia para dar servicio a la industria farmacéutica y que pueda desarrollar sus nuevos fármacos.
¿Un mundo complicado?
El mundo es complicado en todo, es complejo por definición, y ya lo era en siglo XII. Eso no ha cambiado, nada es fácil.
¿Se invierte lo suficiente en investigación?
En Euskadi estamos en el nivel más alto. ¿Se invierte? Sí, pero hay países que están muy por encima de nosotros y queda aún margen de inversión.
¿En qué somos pioneros?
La investigación del País Vasco debe reflejar su industria. Somos buenos en máquina herramienta, en hacer equipos complejos y la posición de Tecnalia debe ir en esa dirección. Que cuando alguien piense en el País Vasco diga: Estos saben fabricar, y fabricar bien.
¿En ciencia?
Se ha creado una red de investigación de ámbito básico en cosas tan distintas como la neurociencia o las matemáticas aplicadas. Hay una apuesta clara en tres grandes sectores: la fabricación, la energía y la salud. En ellos nos tenemos que centrar y debemos ser buenos.
Sigue habiendo titulares que dicen que las mujeres somos el furgón de cola en el mundo de la ciencia y la ingeniería.
Como en todos los ámbitos de la vida, tenemos que mejorar mucho. Estamos lejos de alcanzar la igualdad y no nos podemos sentir satisfechos. En Tecnalia, en torno a un 45% son mujeres, pero tengo que reconocer que cuesta llegar a los niveles más altos de la empresa. Tenemos que seguir rompiendo barreras y hacer todos un esfuerzo mayor.
También hay quien opina, no sé si basándose en la neurociencia o en la libre imaginación, que los cerebros masculinos y femeninos son tan diferentes que inclinan más al hombre a la ciencia y a la tecnología.
Eso son generalidades. Conozco, como todos, a mujeres con un cerebro tremendamente matemático y a hombres que se sitúan en un plano contrario. Pienso que las similitudes son infinitamente superiores a las diferencias, si las hay. No conozco ninguna faceta en ningún ámbito donde una mujer o un hombre no puedan alcanzar la excelencia.
Vayamos a la novela. ¿Cómo surgió la trama de La luz invisible
En una visita al sur de Francia. Fui a un pueblo pequeñito, Rocamadour, y de repente se encendió una luz en mi cabeza. Ese fue el momento en el que esta historia empezó a aparecer.
¿Tenía claro que parte de esa historia se iba a desarrollar en su ciudad?
Donostia surge cuando me he planteado ya la historia. La idea inicial no era escribir sobre mi ciudad o que Donostia fuera un escenario de La luz invisible, eso ya digo que surgió por el camino.
A lo largo de la historia de la literatura, las iglesias y catedrales han dado mucho juego, sobre todo a la hora de plantear misterios.
Cómo no. Entras en algunas y vives la historia. Hay tantas, tan increíbles y tan diferentes que lo que intento en mi libro es traerlas a la vida, recordar que tenemos alrededor de nosotros iglesias y catedrales que tienen mil años de antigüedad y que en ellas se han vivido historias increíbles.
Este es su primer libro y ha tenido una gran promoción editorial. ¿Tiene previsto seguir contando historias o le ha valido con sacarse la espina que tenía dentro?
Espina no lo llamaría, pero sí que pienso seguir escribiendo. Me he quitado el gusanillo y tengo ya el éxito de publicar; no digo vender, que esa es otra historia, pero publicar es, en sí mismo, un éxito.
No suele ser fácil publicar. ¿Cómo ha sido en su caso?
Sorprendentemente fácil. Sé que no es lo habitual y que va en contra de lo que la gente opina€
¿Tenía algún enchufe editorial?
Ja, ja, ja€ No. Terminé la novela y no conocía a nadie en el mundo editorial, no tenía ningún contacto. Lo que hice fue hacer un plan. Soy muy metódico con todo y pensé en cómo iba a hacerlo y con quién iba a contactar. De la manera más inesperada apareció Pablo Álvarez, de Editamundo, leyó el manuscrito, le enganchó y me dijo que quería representarme, que era una novela para una gran editorial.
¿De qué va ir la siguiente novela?
Será una continuación, aunque escribí La luz invisible como una historia con cierre final. Tú empiezas esta novela y la terminas, no es justo con el lector no hacerlo así. Luego me di cuenta de que es una historia que puede ser más grande. Tengo escrita en formato borrador la segunda parte, pero aún hay que trabajarla, hay que corregirla. Todavía me quedan meses de trabajo sobre ella, y después de que termine esta segunda, ya estoy pensando en la tercera, que será el cierre definitivo y contará la historia global.
PERSONAL
Edad: 52 años.
Lugar de nacimiento: Donostia.
Formación: Es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad del País Vasco y ha realizado varios masters sobre marketing y gestión de empresa.
Trayectoria: Es subdirector general de Tecnalia y director de la división de Salud de este centro vasco. A nivel privado, ha sido investigador en conservación del patrimonio cultural, donde ha participado en la restauración de iglesias y monumentos. Sus investigaciones están también relacionadas con el estudio de la piedra arenisca, y su interés por la historia antigua y la edad media quedan reflejados en su primera novela, La luz invisible.