El viernes, 28 de junio de 2024, pasará a la historia, entre otras cosas, como uno de los días más tristes y alegres al mismo tiempo para la ciudad y la provincia. Amanecimos tristes y huérfanos con la inesperada marcha del genial y cercano actor vitoriano Txema Blasco. Y, naufragando entre tristeza, arredró momentáneamente la tormenta para darnos a conocer lo que muchos han definido como la mejor noticia del baskonismo en la última década: A media mañana se daba a conocer que Pablo Laso Biurrun (Vitoria-Gasteiz, 1967), santo y seña azulgrana y del baloncesto español, fichaba por el club azulgrana para dirigir sus designios sobre la cancha los tres próximas temporadas.
El fichaje del entrenador vitoriano se ha llevado a cabo en silencio, como solo se saben gestar los grandes fichajes. Y ha dejado con la boca abierta a quienes éramos conocedores de las desavenencias históricas entre los apellidos Querejeta y Laso, Josean –padre de la etapa moderna del Baskonia– y Pepe –padre del mejor base local de la historia azulgrana, con el permiso de Aitor Zárate y los Iñakis, Garaialde y Cengotitabengoa–. Quizá me olvide de alguno. Pido perdón. La memoria flaquea ya.
Pero la vida es eso, donde hubo amor, quedaron rescoldos. Nada es blanco ni negro y, de sabios es, acercar posturas, sobre todo si es en aras de un beneficio común, además del mutuo, para las partes y la afición al baloncesto que Vitoria y Álava ha profesado siempre al deporte de la canasta. La capital y la provincia supuran aros y balones por todos los rincones de su piel.
El Baskonia es un club en el que pocos profesionales de la provincia han logrado ser profetas en su propia tierra. Es el momento de recordar auténticos robos del siglo encarnados en jugadorazos como Iker Iturbe o José Luis Galilea en el pasado reciente, que brillaron internacionalmente pero no pudieron encontrar acogida en el club más representativo de su ciudad, con el que creció su afición y amor por este deporte, tan maravilloso como traicionero. Quizá no sea el deporte, sino las personas. Pero las personas también evolucionan. ¿Y qué son los dirigentes sino personas?
Los orígenes
Antes de pasar a engrosar el club azulgrana ‘Pablito’ creció en la cantera del San Viator, en cuyo colegio compartió pupitre con Roberto Íñiguez de Heredia, tan buen jugador como él y galardonado técnico de baloncesto femenino. Tras su paso por el high school norteamericano, Pablo debutó con la camiseta del Baskonia en 1984, conjunto con el que obtuvo el primer título como campeón de la Copa Asociación a finales de esa misma temporada, formando filas por cierto con un veterano Josean Querejeta –ahora su jefe–, máximo anotador de aquella final disputada en Villanueva de la Serena.
Aquel ‘chavalín’, que nos llevaba pocos años pero al que habíamos visto hacer diabluras en la cancha del Estadio, acabó por convertirse en un conductor de juego brillante que cerró su etapa como jugador baskonista en 1995 después de vestir la elástica azulgrana la friolera de 370 partidos, repartir 1951 asistencias y levantar como MVP el primer título de Copa de Rey de la entidad. Casi nada. Continuó creci endo como jugador allende de las fronteras alavesas con el Real Madrid –ganando la Recopa de Europa en 1997– y la Selección Española. Pero a nivel casero, cayó en el olvido. Incluso para cierta parte de la afición.
Durante toda su carrera, el tipo de juego de Pablo Laso consistió en unificar equipos desde un puesto tan creativo como inspirador. También de puertas adentro. Recuerdo una pretemporada en la que pude compartir vestuario con él. Buscaba ponerse en forma antes de ofrecer sus últimos compases como jugador. De no haber sido por él, Raja Bell, el que después fuera gran jugador en la NBA, estuvo a punto de cometer un ‘tecnicídio’ ante la estricta batuta de Dusko Ivanovic. Pero Laso supo enmendar la situación y pacificar al díscolo a la vez que brillante escolta de las Islas Vírgenes.
Tras su retirada en 2003, el nuevo técnico azulgrana tuvo que volver a exiliarse para dar rienda suelta a la pasión de entrenador que llevaba dentro y que bebió de su padre y amigos como Iñaki Iriarte y Xabier Añua. Empezó desde abajo en Valencia, creció en Cantabria, previo paso por San Sebastián y llegar de tapado al Real Madrid, según se dice, gracias a su amistad con otro amigo, Alberto Herreros. Pero la amistad no vino sola. Lo que podía parecer como una etapa efímera se convirtió en eterna. Laso estuvo de blanco 11 temporadas en las que ganó 22 títulos, entre ellos dos Euroligas (2015 y 2018) y seis títulos de ACB (2012, 2014, 2015, 2016, 2017 y 2020).
En 2022, el Real Madrid decidió prescindir de sus servicios tomando como argumento de peso un problema de salud sufrido por el técnico vitoriano. Según apuntan otras fuentes, detrás estaban otro tipo de razones poderosas que se dan en la trastienda del circo baloncestístico: las relativas al mundillo de agentes, dirigentes e intereses encubiertos que presionan a los entrenadores para fichar a juanito o a manolito.
El retorno del hijo pródigo
Ahora, contra pronóstico, Pablo Laso vuelve a su tierra para seguir ejerciendo de unificador, dejando atrás otra brillante etapa en el Bayern de Múnich, club que ha ejercitado la caballerosidad para que el gasteiztarra llegue a Vitoria teniendo aún contrato en vigor. Aunque su llegada era improbable, su regreso a casa dota de sentido a la maquinaria azulgrana. Independientemente de sus títulos y su trayectoria como técnico, es difícil encontrar a alguien que no se alegre de su vuelta a casa.
Pablo Laso es un tipo que cae bien. Educado, poco amigo de la polémica, lector excelso de juego… De esos que gusta a todo el mundo por méritos propios. Esa forma de ser es la que genera si cabe más esperanza. ¿Por qué? Pues precisamente por aunar una figura de esas que unen y no separa. Que acercan y tienden puentes. Su llegada genera ilusión incluso entre quienes habíamos perdido ya la fe, por distintos motivos, en el quehacer azulgrana. Y eso no tiene precio. Ahora solo falta que Pablo pueda ser profeta en su tierra de nacimiento, aquélla que le idolatró como jugador y que ahora espera poder hacerlo como técnico