- Unos contadísimos privilegiados fueron testigos ayer en el Buesa Arena de la nueva normalidad que se va a acomodar a corto-medio plazo en el baloncesto. Hasta que la emergencia sanitaria vaya remitiendo poco a poco y el protocolo puesto en marcha por las pertinentes autoridades para una vuelta segura de los aficionados a las canchas esté ultimado, no cabe duda de que el deporte de la cancha va a perder toda su esencia. Nada es igual sin los vítores, la algarabía, las muecas de insatisfacción o la música de viento desde la grada.
En el bautismo liguero de la campaña 2020-21 ante el Valencia Basket, el Baskonia tuvo la ocasión de comprobar la enorme complejidad que entrañará durante las próximas semanas actuar como local en la Liga ACB y la Euroliga sin el valioso aliento de su sexto jugador. Ese mismo que tantas veces le ha insuflado fuerzas para sobrevivir a los momentos delicados de un partido, ha intimidado de lo lindo al adversario de turno en el templo de Zurbano o también ha ejercido su presión sobre los colegiados para tomar una decisión comprometida en el epílogo. Mientras perdure esta pesadilla, el equipo vitoriano ya es consciente de que deberá sortear los obstáculos por sí solo y nadie saldrá a su rescate.
Desde luego, impuso y entristeció ver completamente vacía y falta de contenido una cancha mastodóntica en la que pueden llegar a darse cita más de 15.500 almas. Una sensación desgarradora que rezuma desesperanza mientras la pandemia continúa sin dar ninguna tregua a la sociedad en general y a nivel del baloncesto doméstico comienza a causar serios estragos con la suspensión de los primeros partidos.
Dos pesos pesados de la competición doméstica como el Baskonia y el Valencia Basket se vieron las caras en la más absoluta clandestinidad. Fue, eso sí, una sensación desconocida que permitió disfrutar de otra manera de los pequeños detalles que realzan el deporte de la canasta.
Más allá de los periodistas que debieron llegar con cierta antelación al Buesa Arena para cumplir con el protocolo previo a la consecución de la acreditación, el personal del club baskonista, parte de la plana mayor de ambas entidades, los operarios dedicados al mantenimiento del pabellón y los cámaras de la televisión que ostenta los derechos de retransmisión del torneo y las personas ubicadas en la mesa de anotadores que se afanan en elaborar la estadística -bien protegidos por una enorme mampara y con la imprescindible distancia social entre ellos-, tan solo se vio cemento en unas gradas del Buesa Arena que esta vez lucieron un aspecto desolador.
Había mono de canastas tras más de seis meses de abstinencia desde el último encuentro oficial en la cancha azulgrana. Fue concretamente en la visita del Iberostar Tenerife en el marco de la jornada 23 de la pasada Liga Endesa, saldada con triunfo para los de Ivanovic (75-58), cuando el baloncesto pudo jugarse por última vez con normalidad.
Aquel 8 de marzo constituyó el preludio de una pesadilla todavía sin fin. La vuelta de la competición oficial a Vitoria sirvió para comprobar la estampa de un Buesa Arena preso de la melancolía. Del pesado tráfico para llegar a Zurbano minutos antes del salto inicial a la novedosa comodidad de un trayecto exento de interrupciones. De la multitud habitual en las gradas a una soledad difícil de ser digerida por todos los amantes de este juego.
Pese a que el DJ, el speaker y los jugadores trataron de irradiar cierta normalidad durante los prolegómenos y los rituales previos a cualquier partido no sufrieron modificación alguna, quedó claro desde el principio que nada sería igual. Pese a que un sector del baskonismo se ha vuelto algo frío de un tiempo a esta parte a la hora de brindar su apoyo al equipo, se echó de menos la clásica pasión de Indar Baskonia detrás de una canasta o la música contagiosa de la txaranga que siempre obra un efecto revitalizador.
Por el contrario, uno pudo escuchar con nitidez el contenido de las célebres reprimendas de Dusko Ivanovic tras un error de sus discípulos, al base marcando el número de la jugada en ataque o las efusivas celebraciones del banquillo local cada vez que el Baskonia anotaba una canasta. En definitiva, un mal sueño que ojalá llegue cuanto antes a su fin y dé paso a la ansiada normalidad por la que todo el mundo suspira.