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Decisiones drásticas. Para el minuto 7, momento en que el Baskonia estaba dando tumbos (18-5), había cambiado a todo su quinteto titular. Mantuvo demasiado tiempo en pista a jugadores como Beaubois, Hanga y Voigtmann que no dieron una a derechas. Se trataba de ganar sí o sí en el cierre de una semana agotadora en el plano físico y mental, pero el equipo volvió a dejar dudas.

Apariciones providenciales. Con 18-5 en contra, el ingreso de Shengelia permitió la resurrección de un Baskonia otra vez gélido y errático en los albores de un partido. Su energía bajo los aros cimentó la reacción azulgrana. Larkin, inédito hasta el minuto 26, destapó el tarro de las esencias en un epílogo voraz a nivel anotador.

Demasiada intermitencia. El conjunto vitoriano, tiroteado por Jackson, firmó un inicio nefasto y se complicó la vida tras ponerse catorce puntos arriba (42-56) ante el dominio interior del sorprendente Arteaga. Pese al cansancio y las dudas en su juego, pudo obtener una victoria de oro que le mantiene en la zona noble de la clasificación.

Sin ningún tipo de brillantez, exprimido hasta la última gota por un correoso Estudiantes y con la famélica aportación de algunos pesos pesados, pero a la postre triunfador en la recta final de otra semana maratoniana y de máxima exigencia. Tras un puñado de esfuerzos continuados que hicieron mella en algunas piezas, el Baskonia no estaba ayer para grandes heroicidades en el WiZink Center. Se trataba, ante todo, de cumplir el expediente con ciertas dosis de oficio, aprovechar las mayores gotas de talento que un anfitrión sobreexcitado por el homenaje de los prolegómenos al mejor equipo de su historia y quemar otra etapa de este infernal calendario. Pues bien, fue lo que hizo un conjunto vitoriano de servicios mínimos que terminó imponiendo la lógica con extrema laboriosidad y sigue instalado en la zona noble de la clasificación.

Bastó una primorosa segunda mitad de Larkin, uno de los señalados por el tétrico inicio, y la pegada constante de un Shengelia convertido en un martillo pilón ante la defensa colegial para continuar la estela de los grandes a nivel doméstico. El demoledor instinto asesino del estadounidense -autor de 20 puntos a partir del minuto 25- y la extraordinaria variedad de registros ofensivos acreditados por el georgiano evitaron el intento de insurgencia local. Para satisfacer su objetivo, el Baskonia vivió una montaña rusa de emociones. Otro deficiente arranque le colocó contra las cuerdas, pero el Estudiantes se halla a años luz del Panathinaikos y esta vez hubo margen para enchufarse nuevamente al partido. Cuando el camino hacia la victoria parecía allanado (42-56) en el tercer cuarto, tuvo lugar otro tramo de oscuridad que permitió la resurrección de los madrileños.

Arteaga, absoluto dominador bajo los aros, hizo añicos la tibieza de Voigtmann (62-61), se olvidaron los visitantes de interpretar con cierta solidez los preceptos básicos de este juego y el duelo derivó hacia un cara o cruz. Pese a su sonrojante falta de acierto -el primer triple no llegaría hasta las postrimerías del tercer cuarto-, el Estudiantes llegó vivo a un sprint final en el que, sin embargo, se le apagó la luz al no encontrar a su principal faro anotador. No le llegó el balón a Jackson, que había amargado durante muchos minutos la existencia a Hanga, y el triunfo cayó por pura lógica cuando aparecieron los dos estiletes de Sito Alonso. Y es que se agarró el Baskonia a la serenidad de Larkin desde el tiro libre y la personalidad de Shengelia para salvaguardar su integridad. Durante ese tramo, fueron espectadores de lujo integrantes sin ninguna pujanza como Voigtmann y, sobre todo, Beaubois, inmerso en su particular agujero negro.

el hambre de ‘toko’ La gélida puesta en escena había evocado las peores pesadillas del reciente fiasco en Manresa. Como si el Baskonia pretendiese ser el invitado perfecto a la fiesta organizada por el Estudiantes a Pinone, Azofra y compañía, los primeros minutos prolongaron la sensación de desconcierto de la última velada ante los griegos. Pese a presentar un quinteto inicial de garantías, la desmotivación de algunos titulares clamó al cielo. Larkin, Beaubois o Hanga, atormentado por el máximo anotador de la ACB, enfilaron rápidamente el camino hacia el banquillo. Sito llamó a filas a los suplentes y estos respondieron a la perfección para cambiar el signo del encuentro con un sacrificio e intensidad diametralmente opuestos.

Surgieron hombres hambrientos de gloria que proporcionaron otro aire a un Baskonia ciertamente abúlico hasta el minuto 7 (18-5). El ingreso de Shengelia empequeñeció al Estudiantes. No solo multiplicó las alternativas tácticas y brindó el imprescindible equilibrio con sus célebres movimientos de pies en el poste bajo, sino que también contagió su espíritu a los compañeros. Bajo su intensidad y acierto, quedó forjada la notable reacción azulgrana. Se vio plasmada, a la postre, la sideral diferencia entre dos plantillas antagónicas. A medida que la confianza del Estudiantes se resintió con su sonado desacierto desde el perímetro, el Baskonia fue ganando terreno con una buena aplicación defensiva y el aguijón acreditado por Larkin y Shengelia. Así es la opulencia de los grandes. Con apenas unos fogonazos de calidad, enmascaran muchos defectos.

Su ingresó varió por completo la inercia del partido. Su juego de pies, sus reversos y su variedad de recursos rescataron a un Baskonia que las pasó canutas. Con una ambición colosal.