vitoria - En el deporte profesional, muchas veces el despacho de los servicios médicos se convierte en el escenario de las confesiones más íntimas o la cocina de alguna de las decisiones claves para el futuro. El del Baskonia estuvo ocupado durante casi una década (desde el curso 1993-94 hasta el final de la temporada 2000-01) por Jesús Seco. El doctor, actualmente investigador del Instituto de Biomedicina (IBIOMED) de la Universidad de León y profesor visitante de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), fue uno de los grandes pioneros de la medicina en el mundo del baloncesto y vivió en primera persona la conquista de los primeros títulos por parte del entonces Taugrés. Entre ellos, el único europeo que figura en las vitrinas del Buesa. “Fue una década extraordinaria en lo profesional y en lo personal”, confiesa mientras se dispone a compartir los “recuerdos imborrables” de aquella cita.

Días previos de tensión

Cuando se acerca una cita de tanta envergadura como la que terminó encumbrando al Baskonia hace veinte años, resulta prácticamente inevitable que el nerviosismo se adueñe de los protagonistas progresivamente. Así lo reconoce Seco: “En los días previos había mucha tensión, se notaba en el club. Yo solía pasar por las oficinas antes de empezar los entrenamientos y se percibía que venían días de algo importante, se palpaba esa tensión en el buen sentido. Era ya la tercera final y en casa... Entrenábamos en Mendizorroza y en la sesión de la tarde normalmente iba algún directivo. Gerardo, que en paz descanse, Gorka Knörr, Santxon solía estar casi siempre... Y en cuanto había cualquier pequeña incidencia iban a preguntarte. Había como una expectación y solíamos comentar entre nosotros ‘joe, esta gente no pisa por aquí en todo el año y ahora...’. Era una presión añadida pero también se unía la ilusión de vernos a cinco y el de la guitarra como solía decir Manel a punto de conseguir algo muy importante”.

La seguridad de Manel

La final ante el Paok era la tercera que disputaba de manera consecutiva el Taugrés, que llegaba a la misma tras las decepciones de Lausanna y Estambul. Pese a esos precedentes negros, había una persona que no dudaba en absoluto del éxito del conjunto vitoriano. “Manel estaba convencido de que ganábamos. Pero no aquella noche. Desde mucho tiempo atrás, en los discursos, transmitía la seguridad total en que si queríamos podíamos ganar”, apunta el entonces galeno azulgrana. Él, por su parte, trataba de añadir a su trabajo de puesta a punto física una vertiente de preparación psicológica también. “En el botiquín procuraba aportar un pellizco de ánimo, de entusiasmo. En los entrenamientos había mucha tensión y a veces los jugadores cerraban la puerta de un portazo y despotricaban de Manel o quien fuera y había que reconducir eso un poco en beneficio del grupo y ser positivo”.

Acumulación de lesiones

Jesús Seco no puede evitar un resoplido cuando se acuerda de la acumulación de tareas a la que tuvo que hacer frente aquel curso. “Fue un año dificilísimo desde el punto de vista de mi trabajo médico y de fisioterapia”, confiesa. Y es que toda la columna vertebral de un equipo ya de por sí corto de efectivos sufrió problemas de importancia. “Primero se lesionó Kenny Green e intentamos un tratamiento conservador. Estuvimos mes y medio o dos meses con recuperación funcional sin ningún problema y el día que va a reaparecer en Sevilla, cuando le estoy vendando en el hotel, me dice que no siente el pie. Le tuve que avisar a Manel de que no podía jugar y de ahí nos fuimos a Burdeos a que le viera un especialista que nos confirma lo que temíamos, que había que operar. A la semana siguiente pasó por el quirófano y empezamos un trabajo intensísimo de recuperación pero siempre con el pronóstico desde el minuto uno de que no iba a llegar a tiempo. Eso al club le supuso un cambio y un esfuerzo tremendos”, arranca su relato. Pero es que la ausencia definitiva del estadounidense en la final no fue, ni mucho menos, el único contratiempo.

“Luego se lesionó también Ramón, que venía arrastrando las operaciones de menisco que le habíamos hecho el año anterior y había tenido también una lesión muscular en el gemelo muy grave que le tuvo mes y medio parado y dos meses antes de la final tuvo otro problema de aductor”, prosigue con su particular lista negra. Una sucesión de obstáculos, que bordeó la tragedia.

“Para colmo, se lesionó también Peras. Un día entrenando se cayó y vino al botiquín diciéndome ‘Jesus, he notado como un chas’. Le exploré y aprecié que tenía roto el tendón peronéo, en la parte lateral de la pierna. Vamos a la Policlínica a practicarle más pruebas y en la resonancia resulta que no se ve la lesión. Pero él insistía en que había notado el chas, así que le hacemos otra prueba especial con contraste y antes le doy un masaje allí mismo dentro del aparato de la resonancia para evacuar todo el derrame que tenía y, entonces sí, se aprecia la rotura. De inmediato nos vamos a Barcelona a consultar a un especialista que nos dice que hay que operar. A la vuelta nos reunimos Mikel Sánchez y yo y decidimos no pasar por el quirófano. Todo esto a un mes de la final. Optamos por ponerle una serie de vendajes especiales -que me llevaba un rato colocárselos- y le hacemos un trabajo para reeducar al pie a andar y apoyar de otra manera, le cambiamos las plantillas... Y él pensó que no iba a llegar a tiempo. Le paramos una semana y, a partir de ahí, eran clases particulares con él. Antes y después de los entrenamientos estábamos a solas con él trabajando la nueva forma de andar y apoyar”, explica con la satisfacción propia de quien ha logrado burlar a un destino que parecía escrito y recuperar a un jugador clave para la consecución del título.

Los mil triples de ‘Peras’

Que el actual entrenador del Laboral Kutxa ha sido siempre un enfermo del baloncesto es de sobra conocido pero Jesús Seco recuerda una anécdota que refleja bien a las claras el carácter del de Split. “Los días antes de la final había mucha tensión en el equipo y Marcelo decidió que teníamos que hacer una comida todos juntos. Era en el restaurante Erpidea, en Landa. Era un domingo y habíamos quedado creo recordar sobre las tres. A las ocho de la mañana me llamó Peras:

-¿Jesus, a qué hora hemos quedado?

-A las tres.

-¿Sabes ir?

-Sí claro.

-Yo no saben ir, ¿Quieres quedemos?

-Vale, ¿a qué hora?

-A las once.

-Pero si la comida es a las tres...

Entonces me dice que así aprovechamos para ir al pabellón y hacer una sesión de recuperación de su lesión antes de comer. Cuando terminamos me pregunta si tengo un momento. Salió al parking, sacó sus zapatillas de juego y un balón del maletero de su coche y volvió a la pista. Pues hasta que no metió 1.000 triples no nos fuimos a comer. Luego en el partido metió un triple estratosférico desde la frontal que dio en el tablero y todo y cuando en el vestuario nos estábamos abrazando y llorando me dijo: ‘Jesus, ¿te acuerdas del entrenamiento del otro día? Triple metido”.

Diálogo con Rivas

Llegó la hora de la verdad y el partido ni mucho menos discurría por los cauces que la habría gustado al Baskonia. El Paok imponía su ritmo y mandaba en el marcador con cierta comodidad. Con este panorama (seis abajo) se llegó al descanso. “Ramón había hecho una primera parte estratosférica pero íbamos perdiendo y estaba en el vestuario hundido. Ya no sabía qué más hacer. Sabía que tenía a Garrett fuera del partido pero el equipo perdía. Yo estaba soltándole los gemelos, cambiándole el vendaje y él seguía allí pensativo, como con la mirada perdida. Entonces le agarré la cara y le dije ‘pero vamos a ver panita boricua -que era una expresión de cariño que él usaba mucho para referirse a la gente que quería-, ¿tú vas a dejar que ese te coma las habichuelas a tus hijos?’ Y de repente le salió una chispa en los ojos como si le tocara justo donde le dolía y en la segunda parte volvió a estar soberbio”, desvela el doctor sobre uno de los instantes más emotivos de esa inolvidable jornada.

Marcelo, te necesitamos

Sin duda otro de los momentos clave de esa final se vivió en el banquillo y tuvo como protagonistas a dos iconos del baskonismo, Manel Comas y Marcelo Nicola. “En el segundo tiempo Marcelo estaba haciendo unas gallofadas de la leche y Manel lo sienta. Todos pensábamos que ya habíamos perdido porque íbamos diez abajo pero, le puso las manos en la cabeza, y, además de pedirle que se tranquilizara, tal cual le dijo: ‘Marcelo, te necesitamos’. Yo creo que entonces Nicola entendió en un solo mensaje su liderazgo, salió y reventó el partido en un mate bestial que pegó”.

Comas y los intangibles

En aquel equipo que levantó la Recopa de 1996 militaban grandes jugadores pero, sin duda, el gran líder del grupo era su entrenador, un Comas al que sus jugadores seguían hasta el infierno si era preciso. “Cuando entrenábamos Manel llegaba cinco minutos antes de empezar, porque el vídeo y todo eso lo hacía después. Hacía ejercicios muy clásicos y les daba muchas voces a los jugadores que le incomodaban pero luego en los partidos tenía un feeling, una magia especial. Era capaz de decirle a los chicos lo que cada uno necesitaba oír para rendir. Era un fenómeno en cuanto a motivación, cohesión de equipo y estímulo de la personalidad. Dominaba todos esos intangibles en el partido de forma prodigiosa”, reflexiona quien estuvo a su lado casi una década.

Lágrimas y besos

Pasaron los cuarenta interminables minutos y, tras ellos, llegó el éxtasis definitivo y la comunión absoluta entre el equipo y la grada. “Me acuerdo de Marcelo llorando. Él ya sabía que se iba a ir, agarró la Copa y al levantarla más que gritar lloraba. En el banquillo Manel de vez en cuando se daba la vuelta y decía ‘esto lo ganamos’. Yendo diez abajo, eh. Pero contagiaba a todos que era posible. Recuerdo abrazarnos justo antes de que acabara el partido y besarnos. Fue una explosión. Y me acuerdo también de ver allí a Josean, con la bufanda, como el hombre satisfecho. Tengo la imagen de una gran sonrisa, de plena satisfacción, como diciendo ‘ya está, hemos dado el salto’. Pero, a la vez, la inquietud de estar pensando en el siguiente desafío. Luego tengo otra imagen también grabada. Cerca de una hora después de haber acabado el partido y antes de ir a la cena en El Caserón, estábamos Marcelo, Ramón y yo en el botiquín. Y Ramón todavía no se había duchado. Estaba sentado todo lo largo que era en la esquina en la que se cambiaba, con hielo en las rodillas, como una oveja que espera para entrar al matadero y ¡todavía sudando! Le decía Marcelo ‘Panita, lo hemos conseguido’ y el otro le miraba pero era incapaz todavía de articular palabra. Vivimos un momento mágico allí los tres la verdad. Ramón en lo personal lo había pasado mal aquellos días porque había venido toda la familia y su hija pequeña estaba malita. No era plan de llevarla al hospital porque hubiera sido un circo mediático y entonces yo llamé a mi hermana, que es pediatra y estaba en Salamanca, y vino para estar con ella y que Ramón pudiera estar tranquilo”, rememora.

Abandonado en el avión

Al margen de lo sucedido en la final, esa campaña -y todas las demás- dan para mucho y buen ejemplo de ello son algunas de las aventuras que desvela Jesús Seco. “Jugamos la semifinal en Moscú contra el Dinamo y le ganamos. Ellos tenían un pívot joven de 2.13, Nosov, muy bueno y Manel se inventó una jugada que se llamaba camiseta y que acababa con Rivas saliendo fuera para tirar un triple. Lo hicieron varias veces y Ramón se fulminó a este chico. Ganamos bien y para celebrarlo salimos luego a tomar unas cervezas. Al día siguiente, claro, estábamos muy cansados y al llegar al aeropuerto en el que hacíamos el transbordo yo me quedé dormido. Todo el equipo se salió del avión, le dijeron al pasaje que no me avisara y me despertaron las de la limpieza. Por lo menos habían cogido mis maletines y los llevaban ellos. Fue idea de Marcelo. La verdad es que eran unos cachondos”, arranca. Otra, tiene a Velimir Perasovic como protagonista. “Ese año o el anterior cambió la normativa antidopaje y salió que la cafeína en determinadas dosis era dopaje así que le tuve que restingir los cafés porque fácilmente tomaba trece, catorce o quince al día”.