Bilbao Basket71 - Gran Canaria81
DOMINION Hannah (20), Bertans (13), Mumbrú (17), Hervelle (6), Bogris (8) -cinco inicial-, Ruoff, López (5), Suárez, Todorovic (2), Mendía y Slezas.
HERBALIFE Oliver (18), Salin (12), Newley (4), Baéz (10), Omic (9) -cinco inicial-, Savane (1), Pangos (9), Seeley (6), Rabaseda (4), Aguilar (8) y Paulí.
Parciales 22-15, 24-19, 9-14, 16-33.
Árbitros Conde, Calatrava y Jiménez.
Pabellón Coliseum (10.000 espectadores).
A Coruña - Nunca debe cantarse victoria antes de tiempo. El baloncesto es, a menudo, un deporte imprevisible que depara desvanecimientos inexplicables y termina encumbrando a los altares a equipos que daban la sensación de pedir clemencia. Un partido que parecía visto para sentencia al inicio del tercer cuarto (55-36) viró de forma sorprendente. Resurgió el Gran Canaria y se desplomó el Bilbao Basket. Se agigantaron los insulares con todo perdido y vieron fundidos los plomos los bilbaínos, derretidos por el esfuerzo y sin gasolina para aguantar en un tramo final donde el Gran Canaria se le lanzó a la yugular y le dejó sin resuello. Por tanto, monumental éxito de los insulares al colarse por primera vez en una final copera y ocasión de oro perdida por un Bilbao demasiado veterano y cuyo cuerpo dijo basta antes de tiempo.
Se medían entre sí los dos matagigantes de la primera jornada de la Copa y, por lo visto en el Coliseum, pareció ser el Gran Canaria quien había agotado todas sus energías a la hora de consumar la eliminación del Valencia. Espoleado por su gesta ante el Barcelona, el Bilbao Basket dominó con solvencia en una primera mitad teñida de negro. El acierto exterior de Hannah, la pegada de un incisivo Bertans -una tentación cada vez mayor para clubes de mayores aspiraciones-, el oficio del siempre destajista Hervelle y el trabajo de fontanería a cargo de Bogris colocó en órbita a los de Sito Alonso. Sin embargo, la fe del Gran Canaria obró el milagro. La intimidación de Savane y la sabiduría de Oliver marcaron el camino a los insulares, desatados y pletóricos en un epílogo rebosante de intensidad, casta y acierto. El viejo zorro Aíto siempre es una garantía.