vitoria - Hay silencios significativos que valen más que cualquier declaración pública. La sorprendente actitud adoptada por Sergio Scariolo el pasado sábado nada más certificarse el final de una temporada aciaga fue premonitaria del bajo estado de ánimo de un entrenador que en su fuero interno es perfectamente consciente de que tiene sus días contados al frente del Baskonia. El transalpino, un orador con mayúsculas que no ha dudado durante los últimos meses en lanzar varias puyas a las altas esferas debido a las limitaciones de la plantilla conformada el pasado verano y sobrado de labia para salir indemne de cualquier emboscada en las ruedas de prensa, se negó a responder a preguntas relacionadas sobre su futuro. Algo difícil de entender en un profesional que, ante todo, se encuentra obligado a dar la cara en los buenos y en los malos momentos. Como el que acababa de padecer en un Buesa Arena que no dudó en despedirle con una fuerte pitada al consumarse el enésimo ridículo.
El de Brescia pudo haber aludido en su respuesta a su contrato en vigor con la entidad vitoriana, pero ni siquiera recurrió a la vía más fácil consciente de su situación de debilidad y de que su labor ha generado un indudable descontento en las altas esferas. Más allá de que no ha cumplido alguno de los objetivos fijados por Josean Querejeta como el acceso a semifinales tanto de la Copa del Rey como de la Liga ACB, se le responsabiliza de otras cosas tan o más importantes que las victorias. Básicamente, de no haber dado un estilo al equipo, de escudarse continuamente en las lesiones como única causa de los malos resultados o de no haber implantado la misma exigencia que en su exitosa primera etapa.
Pese a que todo el mundo había interiorizado la dificultad de su gestión, en parte por el discutible talento del plantel concebido hace un año, su escasa autocrítica también le ha hecho ir perdiendo gran parte del crédito. En lugar de ser un motivador nato que ayudase a los jugadores a competir por encima de sus posibilidades reales, el discurso de Scariolo ha ido en la dirección contraria. Y esa falta de ambición se ha traducido en un equipo poco trabajado, especialmente en aspectos defensivos, discontinuo en su rendimiento y abochornado por algunos rivales de escasa enjundia. El Baskonia no sólo ha cosechado resultados decepcionantes, sino que nunca ha alcanzado un mínimo nivel competitivo. Prueba de ello ha sido la masiva deserción de aficionados del Buesa Arena conforme ha ido avanzando la campaña.
Scariolo tiene un año más de contrato, pero incluso desde su propio entorno se da por hecho que no continuará pilotando una nave que, posiblemente, precise de otro perfil de entrenador. Tras sus fracasos al frente del Khimki y Emporio Armani, donde malgastó presupuestos astronómicos, su desembarco en la capital alavesa ya suscitó un evidente recelo entre un sector amplio del baskonismo. En una decisión muy meditada y desoyendo incluso consejos de su círculo más cercano, Querejeta se decantó finalmente por su experiencia en lugar de otros técnicos menos contrastados como Sito Alonso, uno de los nombres subrayados en rojo para relevar a Zan Tabak.
Apesadumbrado y con la mirada perdida, la triste estampa final de su retirada a los vestuarios el pasado sábado mientras escuchaba una buena ración de música de viento resultó ilustrativa de la falta de química con el público. En estas condiciones, su continuidad sería un suicidio. Aunque el Baskonia se expone a pagar una fuerte indemnización por su despido, Scariolo pagará los platos rotos de un curso en la que no ha podido recuperar el prestigio adquirido durante sus años dorados. Sólo falta fijar la fecha para la comunicación oficial de un divorcio más que cantado que precipitará el enésimo cambio de rumbo para un banquillo convertido de un tiempo a esta parte en una silla eléctrica.