vitoria - El Baskonia continúa su particular via crucis en una temporada salpicada de afrentas crueles que escuecen de lo lindo tanto en las altas esferas como en su masa social. Hay derrotas que, lejos de hacer perder la credibilidad a un grupo, reconfortan y dejan un buen sabor de boca por la capacidad competitiva acreditada por la plantilla. Otras, como las que viene encajando sistemáticamente el Laboral Kutxa, acrecientan la sensación de que el equipo es frágil en el apartado anímico, provocan sarpullidos en la piel por lo abultado del marcador final y trasladan al exterior la certeza de que el orgullo del colectivo brilla por su ausencia. Una tortura constante que refleja bien a las caras la personalidad de un vestuario sin alma. Tras siete meses de competición, no solo la trayectoria azulgrana produce desasosiego e invita irremediablemente a planificar un revolucionario proyecto para la próxima temporada, sino también la triste forma que está escogiendo la tropa adiestrada por Scariolo para salir vapuleada de muchos compromisos.
Tras el último escarnio acontecido en el Martín Carpena, el Laboral Kutxa volvió a salir de una cancha desfigurado, con los mofletes enrojecidos y una manifiesta sensación de impotencia. En los postulados baskonistas, la palabra competir figura tatuada desde tiempos inmemoriales y es una premisa básica. Incontables han sido los ejemplos de supervivencia en todas las canchas europeas que hicieron del inquilino del Buesa Arena un conjunto respetado y temido. Con independencia de las lesiones o los puntuales bajos estados de forma de sus integrantes, el Baskonia era inmune a todo. El rival debía ganarle más de una vez en un mismo partido porque él nunca comparecía entregado a la pista y oponía una resistencia conmovedora.
Hoy en día, brilla por su ausencia esa célebre capacidad para dejarse la piel y morir con las botas opuestas. Si algo sorprende del bloque en manos de Scariolo es su asombrosa falta de orgullo para rebelarse ante los golpes que le propina el adversario de turno. El denominador común de muchas derrotas azulgranas es una impotencia irritante desde el salto inicial hasta el bocinazo final.
Así ha ocurrido en los partidos domésticos como los disputados en Madrid (105-72), Sevilla (82-62) o Málaga (83-64). En la Euroliga, donde la exigencia se eleva varios centímetros y se despliega un baloncesto todavía más físico, están frescas en la memoria las humillaciones ante el Panathinaikos (95-74), el Estrella Roja (81-65), el Fenerbahce (98-64), el Emporio Armani (65-83) y la doble ante el Olympiacos (70-89 y 89-59). El problema reside en que, salvo sorpresa, el sufrimiento no ha llegado a su fin y pueden llegar nuevos sobresaltos.