pocas ciudades en el Estado como Vitoria constituyen una apuesta tan segura a la hora de acoger un macroevento como la Copa del Rey que, ante todo, necesita de una perfecta organización para que resulte un éxito. La ACB siempre ha visto en la capital alavesa un lugar inmejorable para conceder la organización del evento que más entusiasmo despierta entre los aficionados debido a su especial formato. Desde pasado mañana, el pabellón Fernando Buesa Arena albergará por cuarta ocasión en la historia un torneo donde todo salió a pedir de boca en las tres ediciones anteriores. Será, en cambio, la primera vez que la Copa tiene lugar en el recinto vitoriano desde la faraónica reforma que disparó el número de asientos a más de 15.500 butacas convirtiendo a la mansión del Baskonia en uno de los santuarios más emblemáticos no sólo a nivel doméstico sino también del Viejo Continente.
Fue precisamente esta sensible ampliación del aforo y nuevamente el imprescindible respaldo institucional -aunque esta vez con menos dinero de por medio para no faltar a la verdad- lo que permitieron a Josean Querejeta pujar con renovadas fuerzas ante la patronal para que la competición del K.O. retornara a Vitoria y el último año del acuerdo alcanzado en su día con la Comunidad de Madrid quedara en papel mojado. La capital alavesa y el club vitoriano conforman una combinación letal para que la ACB vea satisfechos todos sus objetivos. La Copa, como contrapunto, también dejará miles de euros en una ciudad necesitada de ingresos, especialmente en el gremio de la hostelería. Un gremio que, como no podía ser de otra manera, finalmente atenderá las necesidades de los cientos de aficionados que darán coloridad al centro neurálgico de la ciudad tras desconvocarse ayer la huelga de cuatro días anunciada por los sindicatos.
tres ganadores distintos En cuanto a la vertiente meramente deportiva, las ediciones anteriores han disfrutado de tres ganadores diferentes. Los años 2000, 2002 y 2008 dejaron recuerdos e instantáneas imborrables, pero ante todo emoción a raudales, un baloncesto de elevados quilates que ha encumbrado a jóvenes que venían pegando fuerte y colorido en las gradas. Ingredientes básicos para que el Baskonia también se postule en el futuro como un serio candidato a organizar una Final Four.
El Estudiantes, dirigido por Pepu Hernández, fue el primer ganador en el año 2000. El cuadro colegial, que desplegaba un juego alegre, vistoso y dinámico gracias impulsado por una de las mejores generaciones de su historia (Jiménez, Azofra, los hermanos Reyes, Gonzalo Martínez, Aísa...) dio la campanada en una edición donde fue dejando en la cuneta sucesivamente al TAU, al Caja San Fernando y al Pamesa. El fornido Alfonso Reyes sería coronado como MVP pese a que su hermano Felipe ya empezaba a dejar destellos de su pujanza en la zona.
Dos años más tarde, el Baskonia escribiría al amparo de su afición una de las páginas más emotivas de su historia. Elmer Bennett, uno de los iconos del club, se elevó majestuoso a falta de escasos segundos para anotar una inolvidable canasta contra tablero que sepultó bajo tierra (85-83) las esperanzas del Barcelona. El genial base de Evanston se convirtió en el ejecutor culé en la gran final, pero el galardón al mejor jugador recayó en aquel poste con alma de base como Dejan Tomasevic. El último ganador fue en 2008 el Joventut, que antes de ser descapitalizado víctima de su crisis económico cosechó el último gran éxito que se le recuerda. Ricky Rubio y Rudy Fernández, unos meses antes de ser reclutados por el Barcelona y los Trail Blazers respectivamente, plasmaron a la perfección la atractiva propuesta baloncestística de ese viejo zorro de los banquillos llamado Aíto García Reneses. Los badalones arruinaron el sueño del Baskonia de proclamarse campeón ante su afición por un ajustadísimo 82-80 y el ahora exterior balear del Real Madrid sería coronado como el hombre más determinante del torneo.