Vitoria. Se suele decir que las estadísticas están para romperlas. El Caja Laboral tendrá mañana la oportunidad de hacer buena esta teoría en su visita a la cancha de un Real Madrid que ha convertido en un hábito rutinario el hecho de cerrar con victorias sus duelos en cancha propia. El equipo que dirige Pablo Laso acumula casi dos años sin perder en la capital un solo partido de la liga regular. Los blancos, que comenzaron esta racha aún con Ettore Messina como responsable del área técnica, han saldado con triunfo sus últimos 25 compromisos como locales. Un dato que muestra bien a las claras la dificultad que se le presenta a este dubitativo Baskonia en una cita que, pese a todo, invita a mirar al pasado para recobrar el optimismo.
No es para menos. La fortaleza del equipo blanco en el Palacio de los Deportes resulta incuestionable en vista de estos datos. Pero también tiene su peso de cara al choque estrella de esta última jornada de la primera vuelta de la Liga Endesa la identidad del último visitante que escapó con el botín de la victoria de la capital. No podía ser otro que el Caja Laboral. Fue un día señalado en rojo en los calendarios, un primero de mayo, festividad de los trabajadores, cuando el equipo de Dusko Ivanovic se puso el mono azul, desoyó los pronósticos que señalaban como claro favorito al Madrid y se apropió de un triunfo que a la larga se convertiría en una base de esperanza para recuperar una fe que en unas semanas supondría el tercer título liguero en la historia de la entidad azulgrana.
Entonces, como ahora, eran muy pocos los que confiaban en el equipo vitoriano. La superioridad manifiesta que habían mostrado el conjunto merengue y, más aún, el Barcelona, que por esas fechas se adjudicó el título continental en París, concedía pocas esperanzas de gloria a los aficionados baskonistas. Pero el destino quiso jugarle una broma macabra a todos aquellos que desde el verano anterior habían empleado el término "bipolar" como sufijo para una ACB que a la larga fue a parar a un tercero.
el inicio de algo grande El contundente correctivo que le propinó el Baskonia al Barça en la final es ya historia, y pocos serán los que hayan olvidado la canasta más adicional que logró San Emeterio para ratificar el triunfo en aquella legendaria final, o incluso el demoledor parcial (0-12) con el que Ivanovic comenzó a ganarle la serie a su pupilo Xavi Pascual en el Palau Blaugrana. Pero lo cierto es que este encuentro, el que supuso la última derrota del Madrid en su cancha, fue también un punto clave en el crecimiento de una plantilla que sí creía con vehemencia en sus propias posibilidades.
Era aquel un Caja Laboral distinto al actual, más que nada porque conservaba aún en sus filas a un buque insignia como Tiago Splitter, pero podría decirse que la base de ese equipo que se impuso con autoridad (74-80) en Vistalegre resiste al paso del tiempo y conserva ese granítico e irreductible espíritu. Basta con echar una ojeada al cinco titular que empleó Ivanovic para aquel duelo. Salvando al ahora pívot de los San Antonio Spurs, el resto sigue en Vitoria: Ribas, Oleson, San Emeterio y Teletovic. Y aún había un quinto jugador de aquella plantilla que está ahora también a las órdenes de Ivanovic y que entonces, contra pronóstico, resultó crucial para el desenlace del encuentro. Vladimir Golubovic, ahora condenado al ostracismo, ejerció como pieza útil en el tramo final de aquella gloriosa campaña. En concreto en aquel encuentro, en el que el Baskonia jamás fue por detrás en el marcador, anotó ocho puntos y capturó cuatro rebotes en los once minutos de oxígeno que concedió a Tiago Splitter. El poste balcánico sumó como el resto (los nueve jugadores que alineó Ivanovic anotaron) para lograr un triunfo que hoy en día, en estos tiempos de duda, puede tomarse como referencia. Han pasado casi dos años y el Madrid, eso sí, no ha vuelto a caer derrotado. Habrá que ver si el cuadro azulgrana puede emular aquella actuación y volver a reírse de los vaticinios para soñar y hacer soñar de nuevo a su gente.