Hay jornadas en las que uno está amputado de piernas y brazos para ganar por mucho que se empeñe. Ante determinados rivales de otro planeta, resulta imposible competir. Si uno repasa el abultado marcador que encajó ayer el Baskonia en el Palau, pensará que el equipo de Ivanovic fue un juguete roto en manos del ogro con las garras más afiladas que viene paseando el terror en el Viejo Continente durante los últimos tiempos. Craso error. Durante tres largos cuartos se vació hasta la extenuación y metió el miedo en el cuerpo a la rutilante plantilla local, pero el maratoniano alavés salió finalmente trasquilado y con la pesada losa de otra paliza similar a la de la Copa sobre sus espaldas. Resulta doloroso de entender que, apelando a su mejor versión de la actual desconcertante temporada, encajase un correctivo tan severo, demoledor e injusto. Treinta minutos más que notables sólo sirvieron para prolongar la agonía como preludio del aluvión triplista firmado en el epílogo por el Barcelona, hoy en día un rival inalcanzable para un Caja Laboral todo pundonor y que hizo gala de una notable disciplina táctica. Vacío de fuerzas, completamente desfondado por el heroico esfuerzo anterior y sin el rigor de los minutos anteriores, emergieron los temibles pistoleros blaugranas para ensanchar un marcador engañoso que no hizo justicia con los notables méritos vitorianos. El desequilibrio vino propiciado por ocho triples casi consecutivos a cargo de Lakovic, Morris y Navarro. El interminable fondo de armario contrastó con los recursos más limitados de un Baskonia que esta vez adoleció de la célebre puntería de los exteriores y sufrió el absentismo labores de algunos peones. San Emeterio fue el sacrificado ante la apuesta de Ivanovic por tres pequeños, Bjelica vio los toros desde la barrera por un problema en la mano izquierda, el dúo Oleson-Logan careció de pólvora, Batista fue engullido por las gigantescas torres rivales y el tosco Sow se vio sobrepasado por la magnitud del duelo. El conjunto vitoriano resistió con entereza sostenido por la clase de Huertas y la hegemonía interior de Barac. Pese a los diferentes perros de presa que le colocó Xavi Pascual, el brasileño impartió una nueva lección. Firmó canastas antológicas en el cuarto inicial, alimentó al coloso croata de manera notable y sostuvo casi por sí solo el edificio azulgrana mientras el ogro apelaba a su interminable banquillo para ir efectuando su táctica de desgaste. Es el sino de los rivales del Barcelona, condenados a desfondarse con el paso de los minutos por una simple cuestión de inferioridad de efectivos. el percance de mirza Mientras le aguantó el fuelle, el Baskonia dejó notables sensaciones en el Palau. A diferencia de otras tétricas salidas donde languideció sin alma y estuvo completamente a merced de anfitriones modestos huérfanos de mordiente, compitió de tú a tú durante más de treinta minutos ante el bloque más granítico del Viejo Continente. En vísperas de afrontar la madre de todas las batallas en Vilnius que dictaminará su futuro continental, la autoestima debe subir muchos enteros pese al mazazo final. El rodillo catalán comenzó a bajas revoluciones, halló en el incombustible Navarro el faro que iluminó sus fases más dubitativas y fue minando paulatinamente las fuerzas de un Caja Laboral sobrio y más coral que en jornadas precedentes. Lejos de ser un grupo ultradependiente del juego exterior, acreditó un equilibrio apreciado hasta ahora con cuentagotas. Mientras las rotaciones permitieron a Pascual mantener un ritmo asfixiante, Ivanovic vio cortada la respiración de sus exhaustos pilares. El percance de Teletovic, fuera de combate desde el minuto 22 tras dañarse su rodilla izquierda, constituyó la punta del iceberg que aceleró la paulatina caída alavesa. Un triple de Ribas supuso el último halo de vida (64-57) antes del incesante tiroteo blaugrana desde el perímetro que dinamitó el encuentro. Entraron en órbita las muñecas de Navarro, Lakovic y Morris para propiciar un socavón de dimensiones gigantescas. Ante un forastero derretido, carente de chispa y deseoso de que llegase el bocinazo final, el Barcelona hizo sangre de manera cruel. La ley del más fuerte acabó nuevamente dictando sentencia.