Vitoria. "Los bases somos diferentes al resto de jugadores. Nuestro trabajo consiste en hacer jugar a los demás, hacer mejores a los que te rodean, convertir el baloncesto en algo fácil para tus compañeros". Terrel McIntyre sentaba las bases de su juego con estas palabras en la entrevista que concedió a este periódico en el arranque de temporada. Por aquel entonces, el menudo jugador norteamericano aún se encontraba en pleno proceso de adaptación a su nuevo hogar. Todo era diferente para él. Tras cuatro exitosos años en el Montepaschi, el Unicaja se lanzó a por él durante el verano con todas sus armas. Muchos equipos le querían, pero ninguno con tanta convicción como los malagueños. El presidente del club transalpino, Ferdinando Minucci, prometió a McIntyre que facilitaría su salida en busca de un último y suculento contrato a sus 33 años. En Siena no velaron su cadáver durante largo tiempo.

Bo McCalebb, para muchos el heredero natural del actual timonel del cuadro andaluz, entraba unos días después por la misma puerta que su histórico predecesor abandonaba el equipo de Pianigiani. Montepaschi cambiaba a un héroe en el ocaso de su carrera por una joya emergente de 25 años. Mientras tanto, en Málaga se relamían los labios soñando con su ansiada estrella. Pero en la entidad de Los Guindos no tardaron mucho en empezar a fruncir el ceño. Apenas seis partidos después de su debut con la elástica verde, una fascitis plantar encendió las alarmas en el cuadro dirigido todavía por Aíto García Reneses.

Casi un mes y medio después, T-Mac reaparecía el 19 de diciembre para enfrentarse al Power Electronics Valencia. Por aquel entonces muchos ya vislumbraban un tránsito que hasta el momento se ha saldado con más pena que gloria. Con la mitad de la presente temporada finiquitada, el jugador de 1,75 metros continúa sin responder a las expectativas creadas. Retrotrayéndonos a sus propias palabras, McIntyre ni juega ni hace jugar.

El pasado fin de semana el timonel estadounidense evidenció su pobre estado de forma en un desastroso tramo final ante el Cajasol, contribuyendo a una dolorosa derrota para los malagueños después de ir ganando 66-73 -precisamente con un triple suyo- a falta de un minuto para el final. Sus números tanto en ACB -7,6 puntos, 3,7 rebotes y un promedio de 7,3 de valoración- como en Euroliga -6,6 puntos, 3 asistencias y 2,5 puntos de valoración- distan ostensiblemente del mínimo exigido para un hombre franquicia. Especialmente paupérrimos son sus guarismos en la competición continental, en la que ha acabado con valoración negativa en cuatro de los ocho partidos que ha disputado hasta el momento. Su actuación en el Martín Carpena ante el Caja Laboral en el encuentro inaugural de este Top 16 fue precisamente una de sus peores noches.

¿Pero qué lleva a un hombre de aptitudes contrastadísimas como Lance Terrel McIntyre a desplegar un rendimiento tan alejado de sus posibilidades? Ni antes con Aíto García Reneses ni ahora con Chus Mateo el eléctrico base ha conseguido trasladar al parqué la potencia y fiereza que luce en su brazo izquierdo, donde el tatuaje de un tigre con las fauces abiertas advierte a sus rivales del peligro que entraña su magnética zurda. Maestro del pick and roll, estaba acostumbrado a ejercer de satélite sobre el que sus compañeros orbitaban jugada tras jugada.

Sin embargo, tal vez contagiado por el bajo rendimiento de muchos de sus vecinos de vestuario, el jugador del Unicaja personifica esta campaña el declive de un equipo acostumbrado a hollar cumbres más altas. Descabezados, la apuesta de Aíto por Panchi Barrera en detrimento del retorno de Carlos Cabezas fue la gota que ahora colma el vaso. El club andaluz se vio obligado a reforzarse con Blakney, ceder a Barrera al Granada y echar mano del prometedor Rafa Freire -o Luz como consta en su camiseta- para suplir las carencias físicas de un McIntyre que, pese a todo, seguro que todavía no ha dicho su última palabra.